Capítulo primero. Todo empezó el 11-S. Aquel trágico día en Nueva York se empezaron a ver imágenes escalofriantes: personas lanzándose al vacío desde las torres gemelas, gente en estado de shock deambulando por las calles cubiertos de un sudario de polvo, heridos entre los escombros, gritos de terror y de histeria... Pero tras dos horas de escenas cada vez más dantescas, el macabro espectáculo cambia de plano: el Gobierno de Estados Unidos, consciente del daño que estas imágenes estaban infligiendo en la moral del pueblo americano, ordena a las cadenas de televisión que las controlen. Esta autocensura busca evitar la truculencia y la morbosidad que ofrece la carne desgarrada, pero un exceso de celo también puede provocar una censura informativa.

Manuel Vázquez Montalbán ya planteó entonces este dilema con gran clarividencia: "No creo que la decisión actual de ocultar cadáveres responda a una operación de pudor, sino a una estrategia de manipulación para evitar que la carnicería se convierta en elemento de análisis y conlleve una reflexión distanciada de la tragedia".

Capítulo segundo. El drama audiovisual tuvo su contrapunto el 11-M. Aquel día Madrid se despertó a bombazos y se desayunó en todas las teles con las imágenes más descarnadas y duras de la carnicería que se vivió en los trenes de la muerte. Aquí no hubo autocensura, sino borrachera de imágenes en las que se confundió información con morbosidad.

El pasado marzo, cuando se cumplía un año del 11-M, José Luis Rodríguez Zapatero pidió a los medios que evitasen difundir imágenes "demasiado crudas" sobre el 11-M para respetar el "dolor" de las víctimas. El presidente señaló que "el tratamiento informativo ha de respetar en todo momento el dolor de las víctimas". ¿Qué habría pasado si Londres hubiera sido una ciudad española?

Capítulo tercero. El 7-J, un atentado terrorista sacude el centro de Londres hacia las nueve de la mañana (hora española), y a las cuatro de la tarde se dan los primeros datos oficiales de muertos y heridos. Se dan las cifras, pero no aparecen las víctimas. La puesta en práctica de la autocensura ha llegado a su paroxismo con una información audiovisual aséptica, con bucles de imágenes repetidas hasta la saciedad que provocan el desasosiego ante la incertidumbre.

Y a este desasosiego se suma el desconcierto que provoca en Londres saber que en Europa están informando del número de víctimas, mientras que el Gobierno de Blair calla. El ministro del Interior italiano, Giuseppe Pisanu, dijo a las 13.40 horas que había más de 50 muertos, y el Gobierno británico no da la cifra de 33 hasta las 16.00 horas. ¿Y qué creer cuando el primer ministro francés Nicolas Sarkozy sostiene en TF-1 que hay más de medio centenar de muertos, y en Londres siguen clavados en 37? ¿Qué precio en credibilidad pagarán las televisiones y el Gobierno británicos? Entre la autocensura y el morbo se debe informar sin herir ni censurar. Ojalá no haya un cuarto capítulo para comprobarlo.