Cuando se habla del despacho de un presidente, el tamaño no es baladí. El del presidente aragonés, Javier Lambán, llamó la atención de aquellos que disfrutaron ayer de una de las visitas guiadas por el Pignatelli, sede del Gobierno de Aragón, por sus dimensiones. «Me lo esperaba más grande y con papeles por todos los lados», se decían unos a otros. Un lugar donde se toman tantas decisiones, al parecer, tiene que estar bajo una maraña de documentos.

Con motivo del 40 aniversario de la Constitución, durante todo el día se pudo visitar este edificio del siglo XVIII donde reside el poder Ejecutivo y que se levantó en torno al misterio de la simetría, la profundidad y las matemáticas, porque su construcción se basa en el número 7, el de la perfección. Nada más entrar se ven siete arcos, en el patio hay 21 columnas (3x7) y durante su rehabilitación se construyeron siete escaleras. Una curiosidad muy comentada entre los asistentes que de manera disimulada se pusieron a contar los arcos, a ver si cuadraban las cuentas.

Tras descubrir la escalinata y el enorme mural del artista Jorge Gay, El hombre que fumaba ideales, recorrer los largos pasillos donde cada día trabajan alrededor de 1.200 funcionarios y en los que se encuentran las oficinas destinadas a las gestiones administrativas, los visitantes accedían a la zona más institucional y que más interés despertaba. Primero accedieron a la sala de Retratos de todos los presidentes de Aragón, donde también se encuentra la primera bandera aragonesa. «Está hecha a mano. Las bandas amarillas y rojas fueron unidas unas a otras y el escudo cosido», explicó la guía. Más de uno se aceró para poder apreciar que, efectivamente, era así y el hilo todavía podía descubrirse.

El gigantesco mural de Jorge Gay que se encuentra en la escalinata que da acceso a la Sala de Columnas dejó boquiabierto a más de uno. En su obra habla de Europa como un espacio de convivencia y tolerancia. «Buena falta nos hace ahora», ironizó una mujer que analizó cada detalle de esta obra de arte.

En la Sala de Columnas, donde se realizan las comparecencias del presidente y sus invitados ante los medios de comunicación, ayer lucía un texto especial en el centro, la Constitución, con la que los visitantes se hicieron fotos, porque ayer el edificio más fotografiado fue, sin duda, el interior del Pignatelli.

Más de uno se sintió político (y presidente) por un segundo colocándose junto a las banderas institucionales y, claro estaba, guardó ese sentimiento en una instantánea.

Hasta aquí todo parecía impresionar en la visita, pero los despachos del presidente, el de protocolo y el de trabajo, no dejaron indiferente a nadie El primero por lo sencillo. «No me ha resultado nada llamativo, era muy normal», comentaba Carmen Nafria. Y el de trabajo porque «es más pequeño que el de mi casa», bromeaba Paco Serrano, que repetía visita. A Sara de Miguel, de tan solo 10 años, le resultó extraño que no «hubiera papeles ni libros» en la mesa. «Es muy pequeño para ser el de un presidente», decía.

La sala del Consejo de Gobierno dejó indiferentes a la mayoría. A esta le pasaba todo lo contrario, era muy grande y un tanto diáfana, y eso que es «donde se cuece todo», le decía un hombre a su hijo. Los curiosos ojearon los libros que había en cada uno de los asientos de los consejeros, como el de la Constitución o el Estatuto de Autonomía, y revisaron uno a uno los nombres.

La visita terminó en los jardines tras 50 minutos de historia y política que ayer cobraron especial interés al celebrarse el 40 aniversario de la Constitución española.