Pablo Casado resucitó a José María Aznar y enterró a Mariano Rajoy para evitar el descalabro y el resultado fue la catástrofe. Un fantasma recorría el domingo la planta noble de la sede popular en la calle de Génova. Tres enterradores vestidos de luto comparecieron para confirmar aquello que la historia les enseña, pero los populares se empeñan en olvidar: ganan cuando van al centro y pierden cuando se tiran al extremo. En el debate abierto en el PP sobre si las elecciones las ganaba el marianismo o el aznarismo, se acumulan las evidencias a favor de la causa del hoy aliviado registrador de la propiedad.

Se acabó la excepcionalidad española de una derecha representada en régimen de monopolio por un único partido. Nuestra derecha ya se parece a la europea. El Partido Popular se ha homologado tanto que hasta repite los mismos errores que sus homónimos continentales. Cuando la derecha conservadora abraza la agenda de la derecha extrema, pierde la agenda y pierde las elecciones; a este y al otro lado de los Pirineos. Después de un resultado muy por debajo de sus expectativas para Santiago Abascal, la pregunta no es qué va a hacer Vox con el PP sino qué va a hacer el PP con la derecha extrema para volver al centro, donde están los votos. La irrupción de Vox no le ha hecho daño a la derecha, solo al PP.

Los populares siempre han funcionado como una máquina de ganar elecciones y una trituradora de perdedores. Sabemos que ya no son lo primero. Ahora averiguaremos si continúan siendo lo segundo. El futuro de Pablo Casado ya no está en sus manos. Depende de que alguien, por ejemplo, el siempre deseado Núñez Feijóo, decida dar el paso y reclamar su derecho a probar fortuna en el liderazgo.

En la política española se entierra demasiado rápido y mal. Cierto que de un partido como PP se esperaba que, al menos, demostrara una capacidad de resistencia similar a la acreditada por el PSOE en el 2016 y no bajar de los 80 diputados. Se ha desplomado, pero aún continúa siendo el primer partido de la oposición. No se ganan las elecciones quedando el tercero. Albert Rivera jugaba para echar a Pedro Sánchez y acabar primero en la derecha. Ni una cosa, ni otra. Su resultado es bueno, pero no el que buscaba. Las oportunidades en la vida y en política pasan una vez, no acostumbran a repetirse. Necesita completar el sorpasso en la segunda vuelta que serán las municipales. No puede quedarse dos veces seguidas a las puertas.

La peor derrota sufrida por el PP ha sido la ideológica. Una mayoría no ve en Sánchez el okupa que denunciaban. Al contrario, le ha refrendado como el único que puede ser presidente. En la noche electoral del 28-A asistimos a una victoria del discurso de la política y una sonora derrota para relato de la antipolítica. Ganaron los mensajes integradores, plurales y abiertos. Perdieron las consignas agresivas, excluyentes y recentralizadoras. Se impuso la realidad de la España poliárquica frente al mito de aquella una, grande y libre.