El Gobierno de Zaragoza en Común (ZeC) ha defendido durante cuatro años el «urbanismo de las cosas sencillas» como modelo de ciudad, y es esa su gran apuesta electoral en un programa alejado de grandes macroproyectos de inversión y que mira más a la ciudad consolidada. Abandona la apuesta a la expansión de los límites urbanos y se centra en coser los barrios y cerrar cicatrices y en potenciar, de la mano de los propios vecinos, actuaciones estratégicas que faciliten la vida de las personas. La accesibilidad universal, la mejora de las aceras y calzadas, los nuevos equipamientos en distritos con un acusado déficit de los mismos y en esas intervenciones de pequeño calado que, por ejemplo, en los presupuestos participativos han copado las demandas para las que piden financiación pública.

Su apuesta urbanística, no obstante, también pasa por ir finalizando demandas históricas de Zaragoza como es la reforma integral de las avenidas de Cataluña y Navarra, la transformación urbanística del Portillo o dar un impulso a la reconversión de Averly en nuevos usos municipales (ahora que ya es inevitable la demolición), la prolongación de Tenor Fleta hasta el tercer cinturón o la nueva zona urbana que se van a crear en los antiguos depósitos de Pignatelli, entre otros.

También apuesta por la línea 2 del tranvía como elemento transformador de ciudad, como significó la primera en el eje norte-sur, y sin olvidar dar pasos adelante en los barrios emergentes, que requieren sobre todo de equipamientos básicos.

Además, proyectos como la reforma de La Romareda solo se contemplan con inversión del club y la participación de otras administraciones y, en los barrios, hacer actuaciones urbanísticas que ayuden al comercio de proximidad, además de la oposición frontal a las grandes superficies en la periferia.