A las siete de la mañana se lo confirmaron, pero ella, como hermana melliza, ya lo sabía. María Angeles sintió un escalofrío cuando se enteró de los atentados. Enseguida pensó en María Luisa. Pasó el día y seguía sin noticias. Al final, casi 24 horas después de las explosiones, se lo dijeron. No hacía falta.

"Nos resistíamos a creerlo, pero estaba claro que algo le había pasado", relataba ayer María Angeles, serena pero bloqueada por el suceso. Es la hermana de la aragonesa que falleció el pasado jueves en los atentados de Madrid. La familia vive en Ateca, pero María Luisa se marchó hace unos 20 años a la capital, cuando se casó, ya que su marido era madrileño. Pero nunca perdió el contacto con el pueblo y acudía con asiduidad.

De repente, se acuerda de algunas conversaciones con su hermana: "El pasado 3 de febrero nos llamamos porque cumplimos 50 años. Recuerdo que yo le dije que lo llevaba fatal, que me iba a empezar a quitar años, pero ella me dijo que no lo hiciera. Ella estaba muy contenta".

Una mujer alegre

Y es que la define como una mujer alegre. "Venía cuando podía y se traía también a su hija, que ahora tiene 18 años. En las fiestas del pasado verano me llevó por todas las peñas de Ateca, algo que a pesar de ser de aquí nunca había hecho", recuerda María Angeles, que no deja de darle vueltas a un pensamiento: su hermana ya había coqueteado alguna vez con la muerte.

"Las pasadas navidades estaba en la estación de Atocha el día que ETA quería atentar. Y hace años, en otro atentado que no me acuerdo muy bien cuándo fue, también merodeaba cerca de una calle de Madrid en la que explotó un coche bomba. Eran demasiadas casualidades ya", explica.

María Angeles cuidó ayer de sus padres, muy mayores y muy afectados, y atendió a todos los vecinos que se acercaron a mostrarle sus condolencias. Pero prefirió no acercarse a la concentración de repulsa contra el terrorismo que se celebró a las siete de la tarde en la plaza de España de Ateca. A esa misma hora, recordaba a su hermana: "Llevaba quince días trabajando en la biblioteca a la que se dirigía el pasado jueves. Había trabajado allí con anterioridad y la habían vuelto a llamar para que volviera. Me acuerdo que hablamos por teléfono y me dijo lo contenta que estaba, porque era un trabajo que le gustaba".

El pueblo, volcado

Miguel, un tío de las mellizas, fue de los primeros en acudir a la concentración. "No puedo creerlo. Es una atrocidad", masculló. María Isabel, una de las vecinas, también participó en el acto de protesta: "No hay derecho a lo que han hecho. Ya vale. María Luisa era una mujer alegre, divertida, que a pesar de irse hace mucho seguía viniendo con su familia al pueblo para pasar las vacaciones".

El pueblo estaba ayer encogido, molesto. Los vecinos, que ya estaban indignados por los atentados, sentían ahora el dolor más cerca. Por eso arroparon a la familia y pusieron velas en el ayuntamiento.