KIMBERLY HENRÍQUEZ: "Me echaron de casa. Desaparecí"

Apenas contaba con diez años, pero Kimberly ya no se sentía a gusto con su cuerpo. «Piensas que eres diferente y que no tienes los mismos gustos que las demás personas», recuerda. El desarrollo de la adolescencia no hizo sino aumentar su sensación de represión. Venezuela, su país natal, lo hacía todo todavía más difícil. «Sabía que lo que me pasaba a mí era distinto a lo que les pasaba a amigos míos gays o lesbianas. No era únicamente algo relacionado con la orientación sexual. No, yo no me sentía así».

Kimberly derramó «muchas lágrimas». Apenas se relacionaba con la gente y no le gustaba salir. Además, la incomprensión de la familia le abocó a la calle. «Me echaron. No tenía a dónde ir. Pude quedarme con una amiga un tiempo y fue ella quien me ayudó a venir a España», relata. Solo su madre sabía que se iba del país. "Desaparecí".

Apenas tenía 18 años cuando, sin estudios ni trabajo, aterrizó en Barcelona. Su sueño era estudiar Publicidad y encontrar trabajo pero el destino le reservaba un camino totalmente diferente. «Me vi obligada a realizar trabajos sexuales y algo que nunca se me había pasado por la cabeza acabó por convertirse en algo normal. La sociedad dificulta mucho el empleo a personas trans en comparación, por ejemplo, con gays, lesbianas o bisexuales, que se pueden desarrollar en cualquier ámbito. En nuestro caso, te encuentras con un montón más de piedras en el camino ya sea en empleo o en sanidad o educación. Se ha avanzado pero faltan muchísimos años de lucha».

Ahora, a sus 23 años, mantiene una relación sentimental con Eric, presidente de Visión Trans Aragón. En Zaragoza desde hace un año, ha dejado atrás ese trabajo y participa activamente en la asociación dando asesoramiento y apoyo psicológico y moral en las escuelas. «Hay niños y niñas que están perdidos y yo me siento muy identificada con ellos porque sé lo que es estar sola. La vida se te va», dice.

Ahora, su familia ya ha aceptado la situación. «No les quedaba otra», afirma. Aunque con su padre apenas mantiene relación. Sí lo hace con su madre, su abuela y su tía, «pilares fundamentales de mi vida. Con ellas me llevo bien. Me aceptan».

IVAN ROGRIGO: "EXPLOTÉ HACE POCO. NO PODÍA MÁS"

«Ser trans no es algo de lo que te das cuenta un día de la noche a la mañana. Parece que la gente lo cree así y te mira por encima del hombro haciendo que te sientas un bicho raro, pero qué va. No es eso». Iván Rodrigo tiene actualmente 21 años pero no fue hasta hace «cinco o seis meses» cuando «exploté». «Ya no podía más. Soltaba alguna indirecta en casa pero, si bien fuera de la familia mi entorno hacía mucho que lo sabía, en casa intentaba ser distinto».

La condición de militar de su padre, además, le hacía presagiar que todo iba a ser aún más complicado. «Me daba miedo cómo podía reaccionar. Nunca sabes cómo se puede recibir una noticia así», reconoce. Sin embargo, ahora es su madre la que «peor lo lleva». «Mi padre dice que se acabará acostumbrando, pero ella afirma que, al fin y al cabo, ha tenido que dejar de lado toda una vida». Pero aquel día, cuando Iván explotó, comenzó su «liberación». «Mi vida es muchísimo mejor ahora. Soy yo y no tengo que representar ningún rol. Me he quitado un peso de encima que me ha costado derramar muchas lágrimas», indica.

En su caso, además, su entorno se ha convertido en un fiel aliado. «En el trabajo los compañeros me tratan como lo que soy, como un hombre. Es más el miedo que te da contarlo que su reacción posterior. Es genial», celebra. También el fútbol sala, una de sus pasiones, camina hacia la normalidad. «Sin problemas con los chicos», si bien el impedimento de no tener registrado un nombre masculino está causando problemas a la hora de inscribirse en un equipo masculino. «El entrenador que tuve en un equipo femenino y que ahora entrena a chicos me ha dicho que hará todo lo posible». Ahora, los sueños de Iván son los mismos de tantos otros. «El objetivo no es otro que ser quienes somos» y aconseja a los jóvenes que estén pasando por una situación similar a la que atravesó él que destierren el miedo. «Les digo que no lo tengan. Tarde o temprano acabarán por aceptarlos. Que no lo duden».

LINA FABIANA MULERO: "SEGUIMOS DISONFORMES CON LA OMS"

Lina Fabiana Mulero (Montevideo, 1971) nunca se sintió un hombre, pese a que este es el gé- nero que le asignaron al nacer. Se casó, como hombre, en 1991 con Ali Latchinian (Montevideo, 1970), y en el 2001 nació su hijo. Pero algo no iba bien dentro de Lina, que se sentía una mujer. Y, además, lesbiana. «Si me gustaran los chicos, hubiera sido más fácil». Durante décadas, ocultó su sentir interior. «Mi expresión de género era muy masculina para disimular». Pero llegó un momento en que no pudo más. «Este proceso hace mucho daño. Mi vida no tenía ningún sentido». En el 2013 se lo dijo a Ali. «Para ella fue muy difícil de asimilarlo, porque ella es heterosexual».

Estuvieron un año separadas y, poco después de que Lina comenzase la hormonación, volvieron. «Para mí fue un choque porque venía de una educación sú- perpatriarcal», reconoce Ali. Pero no lo viví como un problema, sino como algo desconocido. «Tuve que repensar mi sexualidad y salir yo también del armario». El tránsito de Lina ha hecho «transitar» también a toda la familia y, además, la ha llevado a un «punto de sinceridad» que desconocía, en palabras de Ali. «No es un tema que haya que aceptar o tolerar, sino que hay que acompañar al ser querido», añade.

También el hijo de ambas, Thiago, que entonces tenía 13, entendió bien el tránsito de Lina. «Aunque de puertas para adentro -matiza la madre-. Porque en la calle, ante sus amigos, él no me visibilizaba. Este es el otro tránsito paralelo». Pero poco a poco el niño sí lo aceptó bien y, con él, el entorno de la familia. «Somos muy queridas», dice Lina, que actualmente es miembro de Transforma la Salut, plataforma que lucha por un nuevo modelo sanitario que apueste por la despatologización de las personas trans A día de hoy, a Lina se plantea una operación de reasignación genital pero a largo plazo. La echan para atrás las listas de espera. Cree que la decisión de la OMS de dejar de considerar la transexualidad una enfermedad mental «es un pequeño paso. Hemos sumado, pero no estamos conformes porque pasa a considerarla una incongruencia de género y la única incongruencia es patologizar el derecho a la diversidad humana».

ÁGORA CASTRILLO “EN EL COLECTIVO LGTBI HAY TRANSFOBIA”

Ágora Castrillo (San Cristóbal de la Laguna, 1997) se siente «totalmente orgullosa» de ser una mujer trans. Desde pequeña creía que «algo no estaba bien» dentro de ella y la transexualidad le parecía «lo peor». Hoy habla sin tapujos de su identidad de género y destaca lo mucho que le ha abierto la mente conocer a gente «diversa y maravillosa» que vivía lo mismo que ella. «Mi familia me apoyó mucho. A los 12 años me empecé a dejar el pelo largo y tenía muy claro que a los 18 tomaría las hormonas».

Ágora cree que el sistema educativo debería enseñar educación sexual «muchísimo mejor» de lo que ahora se hace: «Todo es muy binario, sexista y heteronormativo». Considera que las personas trans no son la parte más invisible del colectivo LGTBI pero que, desde luego, «están en el ránking». Y llama también a hacer autocrítica dentro del propio colectivo porque, aunque este año ha ya decidido darle visibilidad a las personas trans, dentro del mismo también «existe transfobia», afirma.

Lamenta el bullying al que están sometidos los trans y las muchas faltas de respeto que sufren. «Ser mujer es un hándicap a la hora de sufrir discriminación y ser mujer trans empeora la cosa. Esta etiqueta te persigue toda la vida y cuando conoces gente te tienes que enfrentar siempre a su paté- tico juicio sobre tu vida y tu cuerpo», denuncia. Certifica que transitar te hace ganar o perder derechos según de cuál sea tu sexo de origen y de destino. Las mujeres trans salen siempre perdiendo. «Si quieres entender las diferencias entre hombres y mujeres, pregúntale a una mujer trans». Esta joven pide que se respete a los trans tal y como son: tomen o no hormonas, decidan operarse o no. «Que la sociedad deje de estigmatizarnos y hacer prejuicios», solicita. Eso sí, reconoce, en este sentido, que, dado que ella encaja en lo que prototípicamente se considera una mujer, ha tenido menos problemas que otras personas a la hora de encontrar un trabajo.