Que tu apacible vida holandesa dé un giro radical por la maltrecha rodilla de un búlgaro y ello te lleve a echar raíces muy cerca del paisaje lunar de los Monegros es todo un homenaje al espíritu de las potencias fundadoras de la Comunidad Europea en 1951. "En Holanda la Unión Europea se sigue viendo, pese a todas las dificultades, como un bonito sueño, un ideal por el que los países quieren forjar una historia común entre todos. Otra otra cosa es lo que hagan los bancos, pero el sentimiento de unión no se ha corrompido. La idea es ayudarse y colaborar unos con otros". Sylvia, "una aragonesa más", tiene claro lo que supuso la entrada de España en el Mercado Común: "Las ayudas que llegaron cambiaron el país, se ha vivido una época muy próspera, de mucho crecimiento, pese a que ahora la crisis no nos deje mirar más allá". En este tiempo ha comprobado los vaivenes de la economía española, la depresión de los 90, la euforia de hace una década y otra vez las estrecheces: "Se ha puesto imposible dedicarse a la pintura. No hay dinero. Si quieres exponer en el Pablo Serrano, has de ir tú misma con los clavos. En Holanda la gente disfruta de una seguridad aquí desconocida. Allí, si tu vida está organizada, sabes que no tienes de qué preocuparte".

La rodilla del futbolista Sirakov ya nunca fue la misma, como Sylvia y Paul. Pero queda la construcción europea.