El líder de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, tiene su público. Que no está en la derecha, obviamente, sino en la España contestataria, proletaria, republicana, en la juventud rebelde y sin causa, y en aquellos intelectuales que todavía no han mordido el polvo y el oro del poder.

El coordinador general tiene nombre de rey mago y apellido de escritor, pero sus camellos no traen otro incienso que la contaminada atmósfera de los barrios dormitorio, y la lluvia amarilla que cae sobre su poblado dialéctico no es la del tiempo perdido de Anielle, sino el chubasco gris que nunca deja de anidar sobre los tejados de Moncloa. Una negra nube suspendida sobre el cielo azul de la democracia que de vez en cuando arroja una pedregada o un fangoso remojón contra las colonias rebeldes.

En una de ellas, Aragón, estuvo ayer Llamazares para galvanizar a sus huestes y continuar su labor deconstructiva del paraíso de Aznar. A quien, por cierto, en lugar de cantarle feliz cumpleaños, acusó de meter mano al cajón de las reservas estatales y a la caja fuerte de las pensiones, a fin de paliar los déficits y presumir de contable. Y le acusó, también, de hacer el trasvase para las eléctricas, las multinacionales, y para los reyes del ladrillo.

El presidente, mientras tanto, ajeno a estas injustas críticas, estaba en la hermosa tierra de Alicante, donde celebró sus 51 años sin canas (en casos extremos, el poder tiene propiedades curativas) achantando el tercer mojón del trasvase del Ebro.

Las dos primeras lápidas del panteón de Aragón ya las colocó el prócer la semana pasada, pero se ve que le ha cogido la marchica al cachondo juego de tocarles los cañetes a los testarudos baturros. ¡Cómo disfruta este hombre viendo crecer su pirámide! Elvira Rodríguez, que no es precisamente Marylin Monroe --happy birthday, mister president --, le entregó, en vez de una tarta con velitas, o una cruz de Caravaca, una de esas botijas con agua de Fontibre que bebe Valcárcel, para dar ejemplo a Maragall, junto con los periódicos del día y la bendición del trasvasista cura de turno. Como la mansueta Iglesia Aragonesa ha bendecido la operación del agua bendita...

En estas celebraciones, el presidente renace. A la hora de enterrar la urna, Aznar flexiona las rodillas con la elasticidad de un as del pádel, como jamás hubiera podido hacerlo el Generalísimo, mientras la ministra suele lucir sus mejores galas, a base de irisadas transparencias que permiten adivinar lo justo para dejar volar la imaginación... hacia el escaño.

Gracias a Aznar, Alicante dejará de ser tierra inculta, desierto, para resucitar con los cientos de hectómetros cúbicos que nosotros, solidariamente, cederemos con amor, a fin de que aquellos pobres empresarios de golf, y los humildes y ecológicos constructores, y los desesperados agricultores valencianos que gastan Rolex y veranean en Cancún no tengan que pagar depuradoras, ni cavar pozos, sino abrir la tajadera para que, en premio a su voto de política castidad, les caiga encima el pis de los ángeles. Que no será la lluvia amarilla de Gaspar, ni la de Julio, sino el llanto solitario del Ebro perdido.

*Escritor y periodista