Ayer, me llamó por teléfono el amigo que me ayuda a rellenar la declaración de la renta, y le he dicho que, si sale positiva y hay que pagar a Hacienda, lo haré por imperativo legal. Hasta ahora, cuando he tenido que pagar he ingresado el dinero sin más, pero ya estoy harto y, a partir de ahora, voy a seguir las normas por imperativo legal. Por ejemplo, que me para la Guardia Civil en la carretera y me pone multa porque en lugar de ir a 90 kilómetro por hora iba a 115, pues la pagaré, como he hecho siempre, pero, eso sí, por imperativo legal.

Y el recibo de eléctricas también lo voy a seguir pagando, pero voy a escribir una carta durísima al banco donde me abonan los recibos con cargo a mi cuenta, diciéndole al director que siga pagando las facturas, pero por imperativo legal. Bueno, todas, no. La de socio de una entidad benéfica de la que soy miembro la seguiré pagando, pero porque quiero y me da la gana. Bueno, y la del gimnasio.

¡Ah! Y el Impuesto municipal de Bienes Inmuebles lo voy a atender este año, pero por imperativo legal. En realidad, he decidido que desde pararme ante el semáforo cuando esté rojo hasta abonar el ticket de aparcamiento, todo lo voy a hacer por imperativo legal.

Desde que he tomado esta decisión, me noto, no sé, más libre, como si me hubiera quitado un peso de encima, como si me hubiera sacudido una especie de represión de la que no me había dado cuenta, de no ser por la inauguración del nuevo parlamento. Fue en esos momentos cuando me percaté de que había unos tipos que prometían acatar la Constitución por imperativo legal. Bueno, pues yo me pido lo mismo. Es más, me noto distinto a los demás. Si me miro al espejo soy diferente a mis vecinos, y ninguna cara de la gente que conozco es igual a la mía, así que voy a defender mi hecho diferencial. Mi amigo me ha advertido que si en el IRPF sale que hay que pagar me va a dar lo mismo. Es un antiguo.

*Escritor y periodista