Va a cumplirse un mes de la investidura del nuevo presidente del Gobierno. Y es indudable que en este tiempo, breve pero intenso, se ha ido empapando nuestra sociedad de un cambio de actitudes y de talante que nada tiene que ver con la acritud y el enfado permanente con el que nos castigaba el anterior jefe del Ejecutivo. Ya el discurso de Zapatero estuvo repleto de gestos hacia todos los grupos del arco parlamentario, todos; de llamadas al diálogo y al respeto de todos los planteamientos políticos. En definitiva, un sinfín de elementos novedosos y muy diferentes a los que hemos padecido en los últimos años.

Las palabras de Zapatero nos transmiten tranquilidad y sosiego frente a tensión y confrontación, respeto y diálogo frente a autoritarismo y desprecio, pluralidad y coherencia frente a pensamiento único e incoherencia, sinceridad y transparencia frente a opacidad y desconfianza hacia los que no aplauden lo propuesto. Actitudes que deberían ser normales en el devenir político y que se convirtieron en un bien escaso en la época anterior.

Pero sobre todo, el nuevo Gobierno y su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, nos transmite ilusión y mucha credibilidad. Sensaciones que teníamos olvidadas y que son fundamentales para que los ciudadanos crean en que otra sociedad es posible.

A un mes escaso de la configuración del Gobierno, la actividad de los distintos ministerios no se ha hecho esperar: desde la retirada de las tropas de Irak hasta la anulación de la ley que contenía el trasvase del Ebro. Sin respiro. Las promesas electorales se han empezado a poner en marcha, frente al olvido inmediato de lo prometido.

En Aragón sabemos mucho de eso, de primeras piedras, de visitas de ministros anunciando a bombo y platillo inversiones millonarias que están durmiendo en algún cajón de la Administración. Y también sabemos del desprecio por ser pocos.

LOS NUEVOS aires se han visto también reflejados en la actitud del presidente de la Cámara baja en el reciente debate sobre la vuelta de las tropas en Irak. Una actitud paciente y respetuosa ante los constantes agravios y provocaciones del partido de la oposición. Y todo esto significa una vuelta a la normalización de la vida política. A la defensa tranquila de las ideas, al debate sosegado, al planteamiento y puesta en marcha de proyectos, a la afirmación de los valores democráticos, al reconocimiento de las diferencias políticas, a la defensa del estado laico, plural y democrático, a no criminalizar las ideas y propuestas de los otros, al derecho a la discrepancia. A una serie de valores olvidados, pisoteados y despreciados en la etapa anterior y que, además del crecimiento económico, son elemento fundamental para la buena salud del sistema. El fondo y la forma. Todo es necesario.

Esta nueva etapa en la política española está sin duda marcada por lo ocurrido el 11 de marzo. El mazo del terrorismo sacudió nuestras conciencias y en todos los ámbitos de la vida de este país esa fecha va a marcar un antes y un después. Pero también tiene otras marcas: el 14 de marzo despertó una sociedad con ansias de cambio que está ilusionada con el futuro, una sociedad que había estado amordazada porque la norma de actuación era si no estás conmigo estás contra mí, unos ciudadanos que han sufrido políticas regresivas en lo educativo y lo laboral a golpe de mayoría, donde las actuaciones en materia social se confundían con la caridad; donde el diálogo y el debate habían sido relegados por la imposición; una realidad social muy devaluada donde se han agrandado las diferencias entre los ciudadanos, donde se ha empobrecido lo público hasta convertirlo en un reducto para los que no pueden pagarse la educación, la sanidad o la seguridad, entre otras cosas, donde la mayor parte de los españoles se han empobrecido y donde los colectivos eran los auténticos culpables de su situación: los parados, los jóvenes del fracaso escolar; los inmigrantes de la inseguridad ciudadana...

AUNQUE LOS CIEN días son una norma no escrita para empezar a valorar la gestión de un Gobierno y algunos desde ya quieren confundir el diálogo entre las diferentes fuerzas políticas con debilidad, hay pruebas claras de cumplir compromisos, de aplicar programas y promesas electorales.

Y esta es una vía imprescindible para recuperar la política, el valor de la misma y la credibilidad de quienes nos dedicamos a ella.

*Diputado del PSOE por Zaragoza