El discurso del presidente Rodríguez Zapatero ante la Asamblea general de la ONU no fue únicamente, como han dicho sus detractores, un canto al sol. Nos recordó a todos un hecho importante: la moralidad debe tener mucha más importancia en los asuntos internacionales de la que tiene en la actualidad. Es cierto que la actual lucha contra el terrorismo sólo triunfará si, entre todos, somos capaces de proyectar la visión de un mundo mejor. Un lugar en el que el otro también siga teniendo su sitio.

Pero la cuestión es qué piensa el otro de esa necesaria convivencia. En el año 2002, el Centro de Investigación Pew realizó una gran encuesta entre 38.000 personas de 44 países islámicos. Veamos algunos datos: un 78% de los turcos, el 81% de los paquistaníes y el 84% de los egipcios se oponían a la difusión de las ideas occidentales en sus países. El 73% de los libaneses, el 43% de los jordanos, el 27% de los indonesios y el 47% de los nigerianos aprobaban incluso el recurso a los atentados suicidas. Según la prensa nacional, después del 11--M, tres de cada cuatro marroquíes creían que la inmolación de creyentes en Irak estaba plenamente justificada. Es un hecho incuestionable que muchos entre los mil millones de mahometanos que hay en el mundo rechazan cualquier mestizaje o aproximación cultural. Sólo con que el 1% de los musulmanes que viven en Occidente compartieran esa desalentadora visión, estaríamos cobijando a medio millón de yihadistas, enemigos declarados de esa improbable alianza.

*Periodista