Anda la Conferencia Episcopal algo soliviantada con la financiación religiosa. Por un lado van a ingresar más millones porque aumenta el porcentaje del IRPF destinado a la Iglesia católica, pero por otro saben que solo los católicos marcarán la x en la quiniela de la declaración. Así que ahora se van a movilizar con una campaña del tipo "Iglesia somos todos", en plan ONG altruista y samaritana. Han hecho cuentas y, aunque saben que ganan mucho con esta medida, quieren atraer también a aquellos contribuyentes no creyentes que marcan "otros fines sociales".

En un país aconfesional y laico como el nuestro y en pleno siglo XXI ya va siendo hora de que nuestros impuestos vayan destinados a mejorar la enseñanza pública, la sanidad pública y las comunicaciones; por poner tres ejemplos fundamentales para el desarrollo de la vida en este mundo. Pero que no confundan al personal con apocalípticos mensajes del tipo: "¿Qué será de nuestro país sin las parroquias, sin movimientos que trabajan en el campo de la pobreza, de la educación, del sida, de los ancianos...?". Esto no es jugar limpio, es pura demagogia oportunista. La Iglesia católica es una institución milenaria que ha sobrevivido gracias a la fe y a las buenas técnicas empresariales que aplica con criterios de eficaz multinacional. Con este acuerdo se elimina la aportación directa del Estado, aunque seguirá subvencionando a sus colegios privados concertados. ¿De qué se quejan entonces? Los tiempos oscuros del nacional catolicismo, con sus nefastas consecuencias, se han acabado.

Periodista y escritora