Hace unos días fui a escuchar en el paraninfo a un economista heterodoxo. Se inauguraba allí, en el aula magna, la Cátedra de Cooperación al Desarrollo creada mediante convenio entre el Gobierno de Aragón, la Universidad de Zaragoza y la Federación Aragonesa de Solidaridad. Había oído decir que ese hereje predicaba una "Economía Descalza". Y como uno se considera profano en economía --infiel incluso aunque pagano en otro sentido-- pensé, ignorante de mí, en las carmelitas descalzas. Y creí que si la monja reformadora, la Santa, había visto a "Dios andando entre los pucheros", bien podía un lego como yo saber algo de economía si hallaba visionario o profeta que la mostrara descalza entre los pobres.

Había oído decir también que ese hereje, Manfred Max-Neef, fue antes un alto ejecutivo de la Sehll; que se dedicó después a trabajar con los pobres en la selva y en suburbios suramericanos, y que tuvo allí y así una experiencia reveladora: comprendió que la jerga y la doctrina ortodoxa no le servían en absoluto para decir una palabra coherente a un padre con siete hijos y en paro. Y metido como estaba en el barro como José López, el padre, descubrió descalza a la economía. Este chileno-alemán, economista y músico, autor de los principios de la "Economía Descalza" y de la teoría del "Desarrollo a Escala Humana", fue galardonado en 1983 con un Premio Nobel Alternativo. Lo poco que sabía de él y lo mucho que ignoraba en economía, la curiosidad y la ignorancia, me sacaron de casa y me llevaron al paraninfo.

Confieso que algo aprendí; por ejemplo, que la pobreza es invisible para la economía liberal. O que los pobres son creativos; bueno, esto me recordó lo que suponemos siempre al decir de otro que es "más vivo que el hambre". Creo haber comprendido qué es una economía "a escala humana", las razones que tiene el hereje para criticar la globalización y decir que "los grandes problemas no se resuelven con grandes soluciones sino con muchas soluciones pequeñas". Me sentí confortado al escuchar que "la economía es para el hombre y no el hombre para la economía". Comprometido, cuando afirmó que "no se pueden hacer cosas por los pobres sino con los pobres". Y turbado, al oír que el éxito del liberalismo ortodoxo es incomparable hasta el momento: la "nueva religión", no menos dogmática que el monoteísmo de inspiración bíblica, ha demostrado ser más eficiente en su propagación.

No me convenció la "lectura canónica" que hizo de la historia desde su profesión ecologista: una interpretación de la cultura occidental que ve en el mito del Génesis y en el antropocentrismo el origen de todas las desgracias. Reconozco que los humanos pertenecemos a "una misma especie de animales estúpidos", como dijo. Lo que pasa es que la naturaleza no sabe nada fuera de nosotros y, en nosotros, muy poco. Apenas somos una caña, pero somos la caña que piensa. Y nadie puede aliviarnos de nuestra responsabilidad, ni hallar el paraíso y la inocencia entre los animales como en el buen salvaje. El culto a la naturaleza, sin el hombre, es el descuido de la naturaleza: una superstición. Fui sólo al paraninfo, que es un espacio destinado a la iniciación. De haber sido más joven hubiera ido quizás más lejos, o no. De todas formas ya no tengo excusa ni oportunidad. Otros fueron. Y otros irán, sin duda alguna. Que les vaya bonito. Y que vayan descalzos, con ganas de aprender.

Al regresar a casa me acordé de los niños ahítos de tantas cosas y faltos de cariño. Pensé que sería bueno más presencia de los padres en casa y la jubilación de los magos, o en el despojo los disfraces. Pensé que deberíamos acabar con un consumo que nos pone enfermos a unos por exceso y, a otros, por defecto. Y como sigo sin entender muchas cosas, me hice un lío con la promoción que se hace del consumo en los países ricos para salir de la crisis económica global que padecemos. ¿No sería mejor estimular la solidaridad y el desarrollo humano donde hace falta, menguar aquí para crecer allá; crecer los ricos en virtud y ayudar a los pobres a crecer también en edad y en estatura? ¿No sería preferible alimentar a los que tienen hambre, directamente, y ayudar a crecer a los que no pueden? ¿No sería preferible que los Magos, en vez de venir de Oriente a Occidente, que ya vale, fueran al revés y mejor al Sur, y de todos modos con los pies descalzos? Eso es lo que creo. Pero veo lo contrario: que aquí se corrompe hasta los niños, tan vulnerables, con el consumismo. Y con ellos, el futuro.

Sociólogo