Los sabios ya han dicho casi todo sobre la última comparecencia de Rodríguez Zapatero y las réplicas de Mariano Rajoy. Tanto el uno como el otro se enfrascaron en un rifirrafe descompensado (el presidente contaba con tiempo ilimitado para hablar mientras que el líder de la oposición y los las restantes formaciones debía contentarse con unos cuantos minutos) pero que sirvió para que la ciudadanía se quedara como estaba. El lenguaje de los políticos es un drama: hablan para ellos, utilizando un léxico ditirámbico y economicista que aburre por incomprensible. Ya va siendo hora de que el lenguaje de la política se ajuste a la claridad, por no hablar de la corrección sintáctica. Hablan de problemas tan simples de explicar como el paro o las diferentes tasas y parámetros con los que se evalúa la situación económica y nadie se entera, salvo los cuatro de turno. Pero, además, se empeñan en utilizar a Europa para avalar su argumentación, como si no estuviéramos al cabo de la calle y no supiéramos de qué va la cosa. Así, cuando se habla de los altos sueldos que cobran los parlamentarios españoles, aducen que sus colegas europeos cobran mucho más, como si los trabajadores españoles no tuvieran unos salarios muy inferiores a los de sus colegas franceses, alemanes o británicos, etc. Si de la crisis económica se trata, inmediatamente aducirán que también existe en otros Estados comunitarios. Somos una nación de tipo medio, a años luz de los de primera fila, con gravísimos problemas de toda índole y escasas soluciones a corto plazo para resolverlos. ¿Tan difícil es decírselo con claridad a la ciudadanía? Tal vez así podríamos comenzar a sentar las bases para asumir lo que a cada uno corresponda y comenzar a superar la crisis.

Profesor de Universidad