Hace cinco años, la verja que separa la ciudad autónoma de Melilla de territorio marroquí fue escenario de un intento desesperado de saltarla por parte de varios cientos de subsaharianos que aspiraban a un poco de futuro en Europa. Estaban hartos de esperar, en condiciones indignas, una ocasión oportuna para cruzar el paso que ellos consideraban una esperanza, cansados del acoso al que les sometían las fuerzas de seguridad alauís.

El uso de armas de fuego por parte de dichas fuerzas puso fin a aquel intento que se saldó con quince muertos y más de un centenar de heridos. Desde el pasado mes de agosto, Rabat ha vuelto a la mano más que dura contra los subsaharianos, especialmente en ciudades del norte como Nador y Uxda, y ha vuelto a la deportación de grupos de emigrantes, de 30, 40 0 50, a los que abandona a su suerte en tierra de nadie, en la frontera con Argelia, con la impunidad que proporciona la noche, sin comida ni agua.

PASO ATRÁS // Esta nueva ofensiva marca un paso atrás en el respeto de los siempre frágiles derechos humanos por parte de Marruecos, un país que en los últimos años parecía mostrar más sensibilidad por las mujeres y los niños inmigrantes.

El escaso acatamiento que hace el Gobierno alauí de estos derechos humanos queda de manifiesto ante personas procedentes de países como Congo, que huyen de la violencia política y que han conseguido ser considerados refugiados por parte del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados-- se calcula que unos 800 subsaharianos lo han obtenido desde que se abrió la oficina en el año 2003-- un estatuto que en la práctica no es respetado por las autoridades del país magrebí.

LUGAR DE PASO // Marruecos es lugar de paso de los flujos migratorios subsaharianos que aspiran a cruzar el estrecho, como lo es España en su camino hacía el resto de Europa. Las oenegés que trabajan con las víctimas identifican el endurecimiento de esta política como un gesto hacia España tras la reciente visita del ministro del Interior español, Alfredo Pérez Rubalcaba. No obstante, lo que no se puede pretender desde esta orilla del Mediterráneo es que Rabat haga el papel de gendarme ante la inmigración clandestina ni tampoco se pueden cerrar los ojos a que lo haga con un puño de hierro.