No es habitual que la religión y su entorno sean noticia. Esta vez las palabras del papa Francisco han atravesado muros y se han convertido en tema central de tantas tertulias. Una de las voces ha comentado que hacía siglos que los cimientos de la Iglesia no se removían tanto como con Bergoglio. Y es cierto, nos tiene a todos desconcertados.

El hombre (santo, claro) que llegó a la Curia con ciertas sombras en su biografía, ya nos desveló con aquellos gestos casi punkies: despreciar los oropeles, eso que tanto gusta a las gentes del poder, y aferrarse a lo que importa. Ahora acaba de rematar su faena, en unas declaraciones que además de desconcertar a los obispos, los ha puesto muy, muy nerviosos. Decirles que traten a los gays con respeto cristiano, en vez de considerarlos malignos del infierno dispuestos a condenar a los niños que tocan, es un cambiazo, chicos. Francisco les está desmontando el chiringuito. Les tira por tierra el quiosco. Les dice que menos manis contra el aborto y más mancharse las manos limpiando pobres. ¿Qué otra cosa es la Iglesia? ¿Tan difícil era de ver?

Tengo una gran curiosidad por ver qué dice Rouco, qué dice Camino, qué dicen estos religiosos callados ante la pobreza, ante el agobio de un sistema descarnado. Francisco los va a poner a currar, cosa que nunca han hecho. ¿Y las mujeres? Deben tener más protagonismo. ¡Son la mitad de la Iglesia! ¡Lucifer! Un carajillo: usted y yo, amado lector, veremos cómo los curas se podrán casar. Al loro.