Aquel 4 de agosto cayó en martes. Cuentan que fue un verano especialmente caluroso, pero ese día además, la tierra se abrió y se hizo el infierno. Hoy hace un siglo que comenzó la primera guerra mundial con todas las de la ley. Alemania invadió Bélgica para llegar rápido a París y el automatismo de las alianzas hizo el resto. El centenario de aquella barbarie se abre paso estos días entre los inquietantes tambores de guerra que suenan. Del Tratado de Versalles (1919) salió una división del mundo que poco tenía que ver con los ideales de los 14 puntos del presidente de EEUU Woodrow Wilson que, con el derecho de autodeterminación en el frontispicio, debía alumbrar una sociedad mejor. No fue el caso. Y menos en Oriente Próximo, con las interesadas fronteras que los vencedores trazaron. Entre ellas quedó un punto muerto, Palestina. Pasan las décadas y los palestinos siguen pagando por los pecados de otros. Este mes se cumplirá un siglo también de la destrucción de Lovaina (Bélgica) por los alemanes. Porque sí. No era objetivo militar, fue un escarmiento por una leve resistencia. Hoy observamos impertérritos como uno de los ejércitos más poderosos del mundo juega al tiro al blanco en Gaza. Caen las bombas, suman los muertos y en Washington, el sucesor de Wilson se afana en reponer la munición empleada en otra matanza de escarmiento. Eso sí, el Nobel de la Paz ruega que se mate un poco menos (y más deprisa), que aún queda mucho periodista decente sobre el terreno para contar al mundo la carnicería. Periodista