Es fácil comprar un spray y hacer unos garabatos o manchas o escribir unas leyendas en una fachada y desaparecer. Pero lo que llama la atención es que alguien, con más o menos celeridad, pueda hacerlo de madrugada en la fachada de la basílica del Pilar, justo debajo del grupo escultórico de Pablo Serrano, sin que nadie de seguridad lo intente impedir. ¿O es que no hay nada ni nadie de seguridad? Si después del atentado, cuando se estaba esperando la sentencia contra los acusados, alguien puede seguir actuando contra el mayor monumento de Zaragoza, es que algo está fallando.