En las campañas electorales hay amores, amoríos, desvaríos y amores que matan, sin que se sepa muy bien en cuál de estas diversas categorías melodramáticas podrían encuadrarse las ofertas que estos últimos días le llueven a Pedro Sánchez, líder y candidato socialista.

Ahora resulta que todos quieren gobernar con él.

Mariano Rajoy, dicen, le ha ofrecido la gran coalición, con un futuro gobierno integrado por algunos ministros socialistas. Juan Carlos Monedero, se supone que en nombre de Pablo Iglesias, por Podemos, y tal vez de Alberto Garzón, por Izquierda Unida, le ha ofrecido la vicepresidencia, en un boomerang más que burlón a aquella autopropuesta podemita de una vicepresidencia para Iglesias. Y hasta los nacionalistas catalanes, a la baja, le apoyarían en un nuevo intento de investidura, a cambio, claro, de que el PSOE aprobase ese referéndum de independencia defendido por un president Puigdemont, al que cada vez le votan menos en su propia tierra.

Todas estas adhesiones para no mencionar la de Ciudadanos, vigente todavía el pacto que Sánchez y Albert Rivera firmaron en el Congreso, en plan hombres de Estado, con idea de ocupar el centro político y el espacio socialdemócrata.

Rivera, no menos cortejado que Sánchez, anda estos días requerido por el Partido Popular, cuya cariñosa insistencia le ha invitado a flojear en sus críticas, incluso en su veto político, tan personalizado, a un Mariano Rajoy que sigue a lo suyo, jugando sus cartas sin inmutarse, sabedor de que, antes o después, las mismas circunstancias poselectorales pueden escorarle un aliado por el centroderecha o por el centroizquierda.

Pedro Sánchez, sin embargo, mantiene su nivel de enfrentamiento con Unidos Podemos. Siendo el de Iglesias/Garzón el único partido con el que está realmente enconado.

Hasta ahora, cuando el PSOE miraba a la izquierda solo veía un hecho residual, la lenta, pero eterna, agonía del Partido Comunista, ocasionalmente decorado con tendencias ecologistas, progresistas, etc.

Ahora, en cambio, cree ver, como Alfonso Guerra, una UTE política de quince marcas que le puede pisar el callo y el pliego en la adjudicación del encargo de esa gran obra pública que es el gobierno. Y aquí no hay amores que matan porque no hay amor, ni siquiera cariño.