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Sala de máquinas

Juan Bolea

El conductor de autobús que escribía poemas

No es Ken Loach, ni un émulo de los directores del neorrealismo italiano, pero Jim Jarmush va filmando poco a poco una obra experimental que tiene cierto contenido social, y que es, en cualquier caso, característica y propia.

En sus películas, Jarmush nos habla de problemas cotidianos y de gente corriente, de personas reales que albergan sentimientos comunes y que cotidianamente se ven obligados a superar dificultades nada extraordinarias, pero que a ellos les suponen un reto, el permanente desafío de probar sus limitadas fuerzas contra una sociedad que les ignora, margina, o que simplemente no cuenta con ellos, al no pertenecer a la casta del poder.

Así, en Paterson, su última película, Jarmush aborda la historia cotidiana de un conductor de autobús, un tipo en apariencia completamente normal, a quien, a lo largo de los noventa minutos de metraje, llegaremos a conocer con cierto detalle, a valorar y apreciar en sus virtudes más insólitas, como su acercamiento a la poesía. El conductor escribe en sus ratos libres, en un banco, en un café, y gracias a esos versos libres, en sus rimas y en todos los sentidos, va conjurando la desarmonía que le rodea a lo largo de su jornada laboral, la crueldad e indiferencia de los ciudadanos cuyos comportamientos no puede corregir, la fealdad del mundo.

Es la literatura, la poesía, para él, como para otros muchos lectores y escritores, un bastón para caminar por el lado amable de la existencia, y casi un báculo sagrado cuando el protagonista consigue aislarse por completo en la sonora claustrofobia de sus misteriosas estrofas, a menudo cíclicas, con una cadencia rítmica y circular en busca de alguna clase de perfección susceptible de sanar el espíritu a modo de una nueva religión urbana.

El conductor, arquetipo de esa clase trabajadora que busca en el arte, en la cultura, un paliativo a la dureza de su trabajo manual, trata de trasladar a su hogar los principios de su arte poético, invitando a su mujer a compartir sus sueños y aficiones, sus trabajos con la poesía, a dar importancia a lo que en principio no la tiene para, desde esa sensibilidad compartida, construir algo parecido a la felicidad.

Una película lenta, cadenciosa, con un extraño argumento en bucle, pero que nos invita a pensar sobre algo que subyace en nuestro ser, y que tal vez tenga que ver con la trascendencia.

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