Opinión

La gran dimisión

La crisis de confianza de los ciudadanos obliga a la política, la justicia y los medios de comunicación a ser más responsables para evitar la quiebra de un sistema muy tocado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, durante un pleno del Congreso.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, durante un pleno del Congreso. / JOSÉ LUIS ROCA

España vive en una atmósfera convulsa, agitada y prácticamente esquizofrénica. Lleva mucho tiempo haciéndolo y los síntomas del enfermo no parecen remitir, sino todo lo contrario. Tanto es así, que va por la vía rápida camino de la uci. La vida política ha llegado a tal grado de descomposición que parece encontrarse en un punto de no retorno. El fango lo inunda todo. Lo medular y lo sustancial ha dejado de ser protagonista y ahora el primer plano del debate público lo ocupan los contenidos accesorios, superficiales e intrascendentes, es decir, aquellos que, en lugar de solucionar los problemas de los ciudadanos, los agravan. 

La decisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de tomarse unos días de reflexión para decidir si continúa en el cargo o renuncia a la jefatura del Gobierno está siendo escrutada estos días por analistas y expertos, tratando de buscar una explicación lógica al laberinto en el que ha entrado España. La situación es inédita y de máxima incertidumbre, no solo porque acaban de celebrarse unos comicios en el País Vasco y porque Cataluña está en plena campaña electoral sino porque Europa también se juega parte de su futuro el próximo mes de junio. Y mientras todo eso sucede, no parece existir ningún asidero al que agarrarse, es decir, ninguna base sólida, ningún cimiento que dé garantías. Ninguna certeza. Todo son dudas, y la especulación (eso que tanto nos gusta practicar) se ha convertido en el principal argumento. 

Pero, más allá de las implicaciones y de las interpretaciones que pueda tener la decisión de Sánchez, lo relevante es cómo hemos llegado hasta aquí. La pregunta no es menor e interpela a todas las instituciones, a los partidos políticos, a los medios de comunicación y al conjunto de la sociedad. Nadie debería escapar de hacer un examen de conciencia sobre ello porque la situación es grave.

La gran dimisión (el titular de este artículo de opinión) no alude solo a la decisión que puede adoptar mañana el presidente del Gobierno (tirar la toalla o no). La gran dimisión afecta al conjunto del país, posiblemente del continente europeo y de esta aldea global que vive en un carrusel que nadie se atreve a detener. Porque todos parecen haber dimitido de su responsabilidad de ejercer el papel que les corresponde en un sistema democrático que se construyó con sólidos cimientos. Quizá tirarse al monte sea lo más sencillo, pero, sin duda, también es lo más peligroso.

La desinformación emerge como la gran amenaza, ya que es capaz de desestabilizar países, economías y empresas en los próximos años

La pérdida de respeto es, a día de hoy, uno de las grandes fallas de un sistema en el que poco importa aniquilar la vida política del rival aun a costa de bulos, mentiras o maniobras inmorales e impresentables. Que le pregunten a Mónica Oltra, que tuvo que dejar la vicepresidencia de la Generalitat Valenciana, aunque la denuncia y la causa haya quedado archivada. Que le pregunten al exprimer ministro de Portugal, António Costa, que vio caer su gobierno socialista por la «ineptitud» de la Fiscalía en la investigación del caso. Y tantos otros. Quizá haya llegado el momento de hacer una reflexión en profundidad por parte de políticos, jueces, fiscales, periodistas y ciudadanos.

El Foro Económico Mundial (WEF), que aglutinó en enero pasado a las élites políticas y económicas en Davos (Suiza), realizó un diagnóstico definitivo sobre las grandes amenazas para el mundo en los próximos años. Entre los riesgos que sufrirán gobiernos y empresas en los próximos años sobresale uno: la desinformación. Esta factor es capaz de desestabilizar países, economías y empresas y solo tiene un antídoto: asumir responsabilidades.

La política tiene la obligación de volver a tiempos pretéritos, alejarse del debate espurio y centrarse en los asuntos públicos. No todo vale con tal de llegar o conservar el poder. Los medios de comunicación también juegan un papel fundamental en esa tarea. Su labor de analizar la realidad no ha de verse entorpecida por otros intereses que no sea informar con rigor, veracidad y responsabilidad. Y los ciudadanos tienen la compleja tarea de ser críticos con lo que les rodea y dotarse de argumentos e información para evitar dejarse llevar.

La crisis de confianza en las instituciones, la política, la justicia y los medios de comunicación tiene un origen. Pedro Sánchez decidirá mañana su futuro, pero el problema va más allá.