Vergüenza. A los brasileños les da vergüenza su clase política. La palabra surge en cualquier conversación, mezclada con una buena dosis de resignación, como si así pudieran conjurar una culpa colectiva.

No puede sorprender que la corrupción, junto con la situación económica, sea la mayor preocupación de los ciudadanos, según el Latinobarómetro. Más de un 60% de parlamentarios tiene causas con la justicia. El presidente de la Cámara ha sido condenado a 15 años de cárcel. Algunos de los empresarios más prestigiosos están en prisión, después de haber extendido sus corruptas garras no solo por su enorme paño político del país sino también por el de buena parte de América Latina. Y el propio presidente, Michel Temer, se aferra a su cargo -al que llegó tras el poco justificado impeachment a Dilma Roussef- mientras no cejan los empeños y la búsqueda de motivos para destituirle.

La caída ha sido más fuerte si cabe tras la euforia interna y la proyección internacional de los años anteriores. Brasil, que nunca había dejado de ser el país del futuro, pero que no llegaba a amarrar el presente, protagonizó la década pasada el gran éxito de América Latina: un crecimiento económico notable -en el 2010, en lo peor de la crisis global, llegó a crecer a más del 7%-, un notable avance social -con una reducción de la pobreza extrema del 75%- y la gran ventana al mundo que supondrían el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos de Río.

Hoy, tras dos años de recesión, sin un horizonte político claro y con un desempleo en torno al 12%, los brasileños prefieren concentrarse en el día a día. Hace unas semanas se anunció que, por segundo trimestre consecutivo, la economía crecía; de un modo tan tímido, sin embargo, que no es posible vislumbrar ninguna solidez en la recuperación.

Ahora bien, en todo este caos, lo que no hay que menospreciar es el peso de una clase media cada vez más segura de sí misma. En un país de tremenda desigualdad social, como tantos otros de la región, esa clase media que se vio reforzada durante los años de bonanza se echó a la calle para protestar contra el dinero que se estaba tirando en los grandes acontecimientos, mientras a ella se le apretaba cada vez más el cinturón.

Es la que reclama mejor educación, mejor sanidad y más seguridad para sus mujeres. Es la que empuja a perseverar a aquellas instituciones que funcionan, como la justicia, para que siga metiendo en la cárcel a todo el que roba, por muy alto que sea su cargo. Es también la que no está dispuesta a dar un paso atrás en los derechos que tanto le ha costado conseguir, los que el gobierno ultraliberal de Temer está amenazando.

Es lo que tiene el progreso social, que cuando lo alcanzas, no quieres perderlo. Así que, en medio del desencanto y la frustración, en Brasil se respira también cierto optimismo. Pese a que siga sin haber un claro reemplazo político a la vista en medio de ese magma de corrupción, los brasileños están convencidos de que, de nuevo, volverán a salir adelante.

*Directora de Esglobal