Tengo debilidad por Isabel Coixet, no voy a ocultarlo. Por lo que hace, por cómo lo hace y por la forma en que defiende sus ideas. No es que seamos amigos porque tampoco nos conocemos tanto, pero me genera mucho respeto. Me huelo que no lo debe de haber tenido siempre fácil en la vida y me parece inconcebible que a alguien como ella se la llegara a lapidar por no comulgar con la independencia de Cataluña; y sobre todo por criticar la forma en la que algunos intentaron, en el triste otoño del 2017, imponer un modelo para el que no contaban con suficientes apoyos. Somos muchos los que pensamos así, pero tal vez su proyección pública y las pocas ganas de quedarse callada la convirtieron en presa fácil de los más cerriles en unos momentos especialmente complicados. Recordaré para hiperventilados y olvidadizos que la desidia política del Gobierno de Rajoy primero, la actuación policial después y el encarnizamiento judicial por último me parecen horrorosos; pero nada de eso me vale como coartada para justificar el unilateralismo que insiste en seguir cabalgando. Por eso estaba con Coixet entonces; pero ahora tengo nuevos motivos para renovar esa afinidad. Primero porque ha conseguido levantar un proyecto que le ha costado años: Elisa y Marcela, la película sobre la historia de dos maestras gallegas que se casaron en 1901 aunque simulando que una de las dos era un hombre. Su odisea de fugas y detenciones, el coraje que le echaron para intentar vivir como deseaban y el precio que tuvieron que pagar es algo que merece la pena ser contado y Coixet ha conseguido hacerlo. Pero es que justo hace unos días, en El País, la directora catalana publicaba un artículo sobre el bombardeo informativo y publicitario que nos está taladrando las neuronas y concluía con un retrato de nuestro mundo que me permito reproducir: «Es más fácil dejarte arrastrar por la opinión de los demás que tener una opinión propia. Es más fácil vivir como te dicen que vivas que vivir como realmente piensas que debes vivir. Es más fácil destruir que construir. Es más fácil el exabrupto que el silencio. Y es más fácil el silencio cómplice que decir lo que realmente piensas». Amén. Coixet añadía la esperanza de creer que todo eso es reversible. No será fácil esa reconversión, pero me apunto. ¿Hay alguien más?. H *Periodista