Un año más Rolde de Estudios Aragoneses y Amical de Mauthausen y otros campos asumen la responsabilidad de organizar el Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto y prevención de los crímenes contra la Humanidad, en las Cortes de Aragón. No es un hecho casual que se eligiese la sede parlamentaria como el lugar más adecuado para este acto, como sucede en otros lugares, porque es a los legisladores a quienes corresponde mantener la salvaguardia y defensa de los Derechos Humanos, de todos los derechos básicos y las conquistas sociales de la población a la que representan y de la que emana su legitimidad para legislar.

La llegada del nazismo a las instituciones tuvo el amparo jurídico de un sistema político constitucional y democrático que garantizaba la libre concurrencia de las diferentes ideologías enfrentadas. En un contexto de crisis profunda, en la que las clases populares se veían constantemente empobrecidas, el Partido Nacionalsocialista llevó a cabo unas campañas extremas de intoxicación nacionalista, manipulando la realidad, utilizando una gran propaganda demagógica y culpabilizando a determinados sectores de la sociedad como responsables de los males que perturbaban el desarrollo armónico de la nación alemana. Una vez en el poder, las políticas iniciadas siguieron teniendo una cobertura legal con el establecimiento de una legislación perversa, cuya finalidad no era la de garantizar los derechos de la ciudadanía, sino que amparaban la persecución de los considerados «enemigos políticos» y con ella se pusieron en funcionamiento los campos de concentración donde se produjeron las primeras ejecuciones arbitrarias.

Nada nos parece más oportuno en la época actual que seguir la recomendación de la ONU para la celebración de este año al proponer el lema «Demanda y defiende tus derechos humanos». Porque, entre otros muchos aspectos de la implantación progresiva del poder absoluto del nazismo, hemos de recordar que aquellas primeras vulneraciones en la primavera de 1933, fueron la génesis del horror totalitario generalizado en los años siguientes. Toda la sociedad vio cómo se vulneraban sus derechos fundamentales, siendo rechazado y perseguido cualquier atisbo de compasión hacia los estigmatizados, hacia quienes fueron considerados culpables de los males de la Nación. Las leyes, la ética y la moral, personal y colectiva, quedaban supeditadas al interés de un hipotético bien común que sólo estaban llamados a disfrutar quienes se consideraban y eran admitidos como miembros de la raza superior. El resto era una inmundicia, apestados, ratas que ponían en peligro la «salud» de los arios y, consecuentemente, tenían que ser apartados y segregados del resto de la sociedad, «arrancados de su casa», destruyendo su cotidianeidad familiar y social.

Para que esas políticas fuesen asumidas pasivamente por la mayoría y el mensaje cuajase, los poderes del Estado alemán, controlados por los nazis, llevaron a cabo grandes campañas propagandísticas, revestidas de una parafernalia épica -concentraciones multitudinarias para ensalzar al líder, paradas militares, himnos, enormes banderas…- que reafirmaban el orgullo de quienes se consideraban afines y, por el contrario, amedrantaban a quienes no comulgaban con aquel sentimiento patrio, de carácter totalitario.

Pero la bestia estaba desatada, ya no era suficiente con la estigmatización. Había que dar un paso más en aquella deshumanización global y en enero de 1942 llegó la solución final. Millones de judíos europeos fueron aniquilados sistemáticamente a partir de entonces, bajo una lógica industrial donde el producto eran los miles de «unidades» tratadas. ¿Hace falta recordar que en los momentos álgidos del exterminio el promedio diario de asesinatos alcanzaba a unas 15.000 personas?

El conocimiento de aquellas monstruosidades parecía ser el antídoto para las siguientes generaciones. Los supervivientes de los campos tuvieron muy claro cuál iba a ser su compromiso en el futuro: difundir el testimonio del horror vivido, juramentándose en el ¡Nunca más! que gritaron al unísono en las jornadas que siguieron a su liberación. Pero ahora, 75 años después de aquellos acontecimientos, cabe preguntarse si realmente los europeos hemos aprendido algo de las páginas más deleznables de nuestra historia común. Miramos a nuestro alrededor y la realidad nos sigue mostrando, como antaño, discursos xenófobos, millones de personas expulsadas de su hogar, colectivos vulnerables que continúan siendo estigmatizados, poblaciones perseguidas políticamente o por sus ideas religiosas y, como antaño, injusticias, miseria y muerte por doquier: ¿en qué hemos convertido el mar Mediterráneo?

Asistimos espectadores a los acontecimientos actuales, como espectadores hubo también entonces. Que nuestra mirada se dirija comprensivamente hacia los verdugos actuales o que mostremos empatía hacia las víctimas presentes sólo depende de nosotros mismos, de nuestra propia conciencia autónoma y responsable. Los nazis no pudieron acabar con la disidencia a pesar de tenerlo todo, aparentemente, a favor suyo. Hubo hombres y mujeres que les plantaron cara en todos los rincones de Europa; también en los campos de concentración y de exterminio en los que cualquier acto de rebeldía, de solidaridad o de sabotaje, por mínimo que fuese, eran la evidencia de su fe en el futuro de la Humanidad. Por nuestra dignidad, a ellos no les podemos fallar.

*Historiador. Amical de Mauthausen