El título del artículo es un guiño, y a la vez un tributo, a Zygmunt Bauman, el gran sociólogo que nos ayudó a entender los trazos fundamentales de la modernidad tardía. Pero sus enseñanzas también nos sirven para comprender los fuertes cambios que se dan en el comportamiento del electorado. Si ya fueron una novedad las elecciones del 2015, con la emergencia de Podemos, de Ciudadanos (Cs) y de las confluencias, en las últimas citas con las urnas hemos presenciado un verdadero tsunami: ocho partidos han alcanzado representación en las Cortes de Aragón; el PSOE, que hace tres años parecía desahuciado, ha recuperado el vigor; Podemos, que iba a conquistar los cielos, se ha desvanecido; PP y Cs se han alternado como líderes de la derecha; ha entrado en las instituciones un nuevo partido de la extrema derecha, mientras otro de corte aragonesista ha salido del ayuntamiento de nuestra capital.

Ahora nuestros políticos están inmersos en las negociaciones para la conformación de mayorías que hagan posibles gobiernos estables en los diferentes niveles de gestión. Seguramente, pensarán que la ciudadanía ha repartido las cartas y que ahora hay que jugar con ellas durante los próximos cuatro años. Sin embargo, esta sería a todas luces una perspectiva errónea, puesto que supone pensar que siguen vigentes los viejos criterios, rígidos y sólidos, sobre la forma de funcionar de la democracia representativa.

Y es que lo sucedido el 26 de mayo demuestra que los partidos ya no pueden trabajar como si dispusiesen del tan manido «suelo electoral», que les permitía campear el temporal, incluso en los periodos en los que perdían las elecciones. Y mucho menos actuar bajo el supuesto de que los votos conseguidos son «tierra ganada», estable y fiel, a partir de la cual, aun con leves traiciones a su propio electorado, extender sus dominios hacia otras capas sociales. La realidad actual es diferente, aunque ciertamente compleja, lo que dificulta el posicionamiento estratégico de los partidos políticos de cara al futuro.

Aunque no todo ha cambiado. Por eso, quizás, debería haber hablado de un voto «medio» líquido. Sigue estando vigente como potente línea explicativa del comportamiento electoral el eje izquierda-derecha. Antaño el equilibrio fifty-fifty entre el PSOE y el PP daba el gobierno a uno o a otro principalmente por el nivel de abstención en cada uno de los dos bloques. Y hoy seguimos en esa tesitura, ya que los gobiernos de las diferentes instituciones se van a decidir, en casi todos los casos, por mínimos márgenes de votos y por los umbrales existentes para entrar en los parlamentos.

Pero una vez establecido ese elemento de permanencia, ya no existen fidelidades absolutas. Dentro de cada bloque se han producido fuertes movimientos en los últimos cuatro años. De hecho, los electores actúan cada vez de forma más racional a la hora de elegir su voto. Una vez delimitado el bloque con el que se identifican, entran en juego elementos como la decisión en torno a cuál es el partido que representa genuinamente ese bloque, las previsiones de pactos postelectorales, el perfil de los candidatos, las acciones del pasado, la confianza o no en el voto útil, etc.

Siguiendo a Bauman, podríamos decir, que la ciudadanía no se compromete con ningún partido para siempre, sino que está lista para cambiar su sintonía y preferencias en cualquier momento, si considera que las circunstancias lo requieren. En las últimas citas electorales encontramos varios ejemplos en Aragón: en apenas un mes, el castigo al PP, con la victoria de Cs en la derecha y el óptimo resultado de Vox en la generales, no se ha confirmado en las autonómicas o locales; los 100.000 votos de Podemos el 26 de abril, cuando era más previsible el castigo al Podemos de Pablo Iglesias, se han reducido inexplicablemente a la mitad un mes después. En la esfera regional, un buen resultado de CHA en las autonómicas no se ha visto respaldado en el Ayuntamiento de Zaragoza.

El corolario de estas reflexiones es muy simple: los resultados del 26 de mayo no garantizan absolutamente nada de cara al futuro. Este se conquista día a día con las actitudes y decisiones que los partidos van tomando. Podría decirse que la campaña electoral del 2023 empezó el 27 de mayo.

¿Qué elementos deben tener en cuenta los partidos para crecer o, al menos, mantenerse? A mi juicio hay uno que prevalece sobre los demás: la confianza. Un partido solo logrará sobrevivir si su electorado no se siente traicionado, si las políticas (o la oposición) que realicen se encuentran claramente alineadas con el perfil ideológico que lo define. De no ser así, siempre habrá algún otro que se presente como la auténtica encarnación de ese bloque.

Pero junto a la confianza, hay otro aspecto que considero esencial, aunque ciertamente es complicado conjugarlo con el primero. Las encuestas repiten machaconamente que la ciudadanía exige diálogo y consenso entre los dos bloques. Es cierto que cada cual, en mayor o menor grado, se identifica con uno de ellos y hay algunos, los más extremistas, que no le darían ni agua al adversario. Pero la gran masa de la población está por el diálogo. De hecho, no de otra forma puede explicarse la victoria de Pedro Sánchez en las generales, en cuanto a su posicionamiento en la cuestión catalana. Por lo tanto, la complejidad del momento, que repercutirá en el devenir futuro de los partidos, radica en saber posicionarse inteligentemente en el tablero que dibuja este endiablado juego que se da entre la autenticidad y el diálogo. ¿Quién saldrá victorioso? Lo sabremos los próximos días. H *Sociólogo