Hace unos años, Ellen Degeneres, la famosa comediante y presentadora de tv, dedicó uno de sus monólogos a la última línea comercial que había sacado Bic: un bolígrafo para mujeres. La ironía que utilizó --«vienen sin instrucciones. No sé si sabremos usarlos»--, no tardó en hacer su efecto en redes y la marca prometió revisar su, entonces, producto estrella, que se vendía a doble coste que los normales.

Hace poco fue Casio, la popular marca de relojes y calculadoras, la que, en otro alarde de lucidez marquetiniana, se decidió a innovar incluyendo entre sus productos una calculadora para mujeres. Ni que decir tiene que también recibió críticas furibundas.

Hubo más casos: los encendedores de cocina para chicas, las maquinillas de afeitar para chicas, los tapones de oídos para chicas e, incluso, los martillos para chicas. Todo el mundo pensaría que a la luz de todos estos fallidos ejemplos, en tiempos de #MeToo y de reivindicaciones feministas del 8-M, las empresas habrían aprendido. Que entenderían que no hay que hacer productos específicos para nosotras. Que las mujeres calculamos, escribimos y damos golpes de martillo del mismo modo que los hombres, sean o no rosas los productos y que por el hecho de ser rosas no tienen que ser más caros. Hace unos días Xiaomin, el gigante asiático, decidió que nosotras necesitamos un móvil específico, «centrado en los selfies» y aplicaciones pensadas para potenciar la belleza que, a su juicio, es lo que más nos interesa. Lo sorprendente no es que una marca quiera vender, y modifique sus productos para ello, lo sorprendente es que todavía crean que creando un producto específico para mujeres lo vayan a conseguir. O peor, que crean que eso es feminismo o guiños al feminismo.

*Escritora