Si de economía o de poder, tantas veces sinónimos, hablamos, podría ser que un pequeño grupo de hombres y mujeres, muy reducido, estuviera ya, hoy, ahora, gobernando a la Humanidad.

No serían, no, los políticos, con alguna excepción, sino, sobre todo, la élite financiera. Propietarios, unos trescientos, más o menos, de unas pocas, menos de veinte corporaciones empresariales transnacionales, en manos, o en cuentas, de la élite que, según Peter Phillips, autor de Megacapitalistas (Roca Editorial), domina el mundo.

La mayoría de esos tres centenares de poderosos disponen de carteras de valores y de bancos financieros cuya influencia está muy por encima de organismos como el Banco Mundial o el FMI, y por supuesto de muchos gobiernos, con los que negocian, o cuya deuda adquieren. Estratégicamente han ido tomando posiciones en los nuevos mercados, en las industrias y tecnologías derivadas de las comunicaciones y descubrimientos de Silicon Valley, invirtiendo en tierra cultivable, en fondos buitre, commodities y otros muchos sectores, y sutilmente en la opinión pública,tratando de controlar los medios de comunicación (a veces, para dar noticias falsas) o círculos como Davos, el G 20 o el Club Bildelberg. Acumulando en la actualidad fortunas que superarían de lejos los 50 billones de dólares y propulsando una política de concentración global del megacapital que, a su vez, trasforme y trastorne el resto de economías, ahondando cada vez en la brecha que separa a los ricos y a los pobres y condenando a buena parte de la humanidad a un statu quo lindante con la miseria.

Blackrock, Vanguard Group, JP Morgan Chase, Allianz, UBS, Bank of America Merryl Lynch, Barclays, State Street, Fidelity Investments, Bank of NY o Goldman Sachs son algunos de estos gigantes financieros analizados en el estudio de Peter Phillips.

Un ensayo ciertamente crítico con la situación actual, pues aboga por la urgente necesidad de revertir el orden vigente, en aras de un más equititativo reparto de la riqueza mundial, a fin de evitar las altas concentraciones de capital y beneficio y, lo que es mucho más grave, las enormes bolsas de pobreza que ya padecemos.