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Sedimentos

Carmen Bandrés

Turismo en riesgo

El turismo es algo más que una sólida fuente de riqueza para nuestro país. En el pasado, la entrada masiva de personas procedentes del otro lado de los Pirineos fue germen y alimento de un cambio de mentalidad que nos abrió los ojos y promovió la futura integración en Europa, hasta disipar por fin la lacra de un secular subdesarrollo cultural. Entonces, al calor del sol del Mediterráneo, nos hicimos cosmopolitas; hoy, nuestros visitantes aportan, sobre todo, una contribución más que notable a la economía nacional y suponen un elevadísimo porcentaje del PIB, con el valor añadido de sostener muchos puestos de trabajo.

Como destino turístico de primer nivel, España ofrece servicios de una gran calidad, reconocida y muy apreciada fuera de nuestras fronteras, esos difusos límites administrativos en los mapas que, de pronto, se han convertido en barreras reales. De repente, el castillo de naipes se tambalea y amenaza sumirnos en lo mas profundo de una crisis, ya de por sí muy grave. Pero cuando se plantea el retorno a la feliz realidad anterior, surge una cuestión esencial: ¿podemos garantizar la seguridad sanitaria de los visitantes? ¿Y la nuestra? Resulta difícil hacerlo sin comprometer, de una u otra forma, el futuro de una industria que depende fundamentalmente de la reputación y buena imagen, frente a una competencia que tampoco se duerme. Obviamente, si negocio y salud se tornan incompatibles, debe primar la segunda; eso nadie lo duda. Pero en tanto se encuentra una fórmula segura de conciliación, también podemos estudiar cómo aprovechar la ocasión para cambiar el desgastado modelo de sol y playa por el de turismo interior, donde precisamente Aragón puede presumir de una oferta prodigiosa, ajena a la contaminación y a los peligros derivados de una masificación sin control.

*Escritora

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