Hace ya unos años Michael Bay pronosticó el futuro en La isla. Una película de ciencia ficción que contaba como gancho con las actuaciones de Ewan McGregor y Scarlett Johansson. Para los protagonistas de los habitantes de la ciudad del futuro, el verdadero gancho, el premio gordo era viajar a una isla donde las aguas transparentes, el suave clima, la sana comida y las actividades de ocio prometían el paraíso. Pero sólo los ciudadanos ejemplares, cuyo esfuerzo en sus designadas áreas, probada obediencia y total ausencia de pensamientos nocivos, incluidos los albergados en sueños que asimismo las computadores de la ciudad del futuro eran capaces de grabar y analizar, serían merecedores de mudarse a la isla.

Sólo que no había ningún premio, ninguna isla.

Los ejemplares ciudadanos que resultaban elegidos para el paraíso se despedían de la comunidad sonrientes y uniformados con sus inmaculados trajes anticontaminación, pero no para dirigirse a una idílica versión del Caribe, sino para ser sacriicados en aras de una nueva biotecnología de fabricación de órganos y tejidos, un banco de recambios orgánicos destinados a aumentar la esperanza de vida de los verdaderos elegidos, los jefes seleccionados por el poder para aspirar a la inmortalidad.

Ese desesperanzado futuro que tal vez nos espere a la vuelta de este siglo XXI no inquieta a nuestros contemporáneos. Tres meses después de la declaración de una gravísima pandemia muchos españoles se lanzan a vivir la vida como si nada hubiera ocurrido. Sin mascarillas, con botellones, sin la distancia de seguridad, con riesgo para los demás corren a las calles celebrando la llegada del verano. Dentro de un mes serán muchos más, y ya verán como en septiembre no se respeta casi ninguna norma.

En el fondo, nuestra filosofía social ya no es tan diferente de la descrita en la película La isla. El pasado no existe y en el presente, a medias virtual, que prescinde de cualquier escarmiento o advertencia, de toda contrariedad o penalización no se planifica nada, pues el futuro tampoco existe.

Cuando los peores capítulos de la ciencia ficción comienzan a parecerse a nuestra realidad, tenemos un problema, Houston, pero en la tierra.