En la oficina de campaña de Bill Clinton, candidato a la presidencia de los Estados Unidos en 1992, colgaba un gran cartel con la frase The Economy, stupid. Clinton, joven gobernador de Arkansas, había conseguido vencer en las primarias del Partido Demócrata y competía con George Bush padre, presidente en ejercicio y claro favorito. Bush, del Partido Republicano, había ganado en 1988, y en su mandato había liderado la guerra del Golfo (de agosto de 1990 a febrero de 1991), durante la cual se expulsó de Kuwait a los iraquíes, cuyo dictador, Sadam Husein, había ordenado invadir poco antes. Las posibilidades de que Clinton venciera en las presidenciales parecían escasas, pues a finales de 1991, tras la victoria militar en Kuwait, Bush padre (recuerden que hubo después un presidente Bush hijo) había alcanzado un índice de popularidad del 80%, el más alto en la historia de todos los presidentes estadounidenses.

En la sede demócrata el desánimo era patente hasta que James Carville, asesor de campaña de Clinton (el Iván Redondo de Pedro Sánchez), ordenó colgar ese cartel: «La Economía, estúpido».

Así, mientras los asesores de Bush se dormían en los laureles y consideraban asegurada la reelección, la maquinaria demócrata bullía de ideas y lanzaba propuestas. «No olvides el sistema de salud», fue la segunda gran pancarta que se colgó en la oficina de Clinton.

La recesión económica apuntada en 1991 se incrementó en 1992 con mayor intensidad de lo previsto por la OCDE; en Estados Unidos hubo un estancamiento en los diez primeros meses de ese año, y aunque la recuperación se produjo en noviembre, ya era tarde para Bush, pues las elecciones se celebran «el primer martes después del primer lunes del mes de octubre».

Con la Economía y la Sanidad como banderas de enganche para sus votantes, y mucho más joven y simpático que «Arbusto» (eso significa bush en inglés), Clinton ganó la elecciones del 92 con cerca de 6 millones de votos más y casi 6 puntos de diferencia.

Porque lo que ocurre casi siempre —alguna excepción suele haber—, es que el personal vota mirando el bolsillo, la cuenta corriente y la despensa; y a la hora de las urnas suele dejar en segundo término cuestiones más sentimentales como la patria, la nación, la bandera e incluso las vísceras (ya me entienden).

Tan es así, que en ocasiones la mentira, la indecencia, la inmoralidad y la corrupción ni siquiera pasan factura a quien gobierna si la Economía marcha razonablemente bien. A veces los humanos somos más primarios que primates.

*Escritor e historiador