Que al aznarismo le viene grande Europa no es de estas semanas. En 1993 mientras Felipe González negociaba los fondos de cohesión en Edimburgo, Aznar se explayaba en la prensa acusándolo de «gastar en España como un rico e ir a Edimburgo como un pedigüeño». No hace tanto tiempo, en el 2018 fue Casado quien se paseó por Bruselas advirtiendo que los presupuestos que por entonces planteaba Sánchez escondían «un golpe de Estado institucional» y que posibilitaban incumplir el objetivo de déficit, por pedir mayor flexibilidad para recuperar algunas de las prestaciones sociales anuladas por los excesos de Rajoy y Montoro en los ajustes del 2012.Cuando el Gobierno hizo la propuesta de reeditar los Pactos de la Moncloa para reconstruir el país tras la pandemia, el PP los condicionó a hacerlo en el Parlamento, en una nueva comisión abierta a la participación de la sociedad civil.

Se veía venir, convertir una negociación como esta en un debate parlamentario estaba condenada al fracaso. Porque la visualización constante a la que iban a estar sometidos sus miembros la convertía en un escaparate para lanzar propuestas y descalificaciones para su clientela. Y así ha sido: muchas sesiones se han parecido más al circo de los miércoles en el Congreso que a una comisión de trabajo. Lo que comenzó el 7 de mayo, bajó la persiana el pasado 22 de julio en una sesión plenaria votando recomendaciones que el Gobierno podrá cumplir o no, en función de su estrategia política. Poca cosa para tanto ruido.

Sin obviar el continente , hay elementos del contenido para reflexionar. Ha habido acuerdos en torno a las medidas sanitarias y la UE, todavía sin aclarar, por errores de votación, en las medidas económicas. No lo ha habido en las medidas sociales para paliar la crisis entre los más perjudicados por la pandemia. Es decir, no hay acuerdo en las ayudas a la dependencia, a las residencias de mayores, las ayudas para vincularlas con centros de salud, las nuevas restricciones para los desahucios, los fondos para rehabilitar viviendas, las ayudas al desarrollo rural, la atención a los inmigrantes, etc.

Siempre fui bastante pesimista con este método de trabajo, pero nunca pensé que las recomendaciones para paliar los efectos económicos y sociales el covid-19 no consiguieran sumar la voluntad de todos. ¿Qué tendrán que ver las ayudas a la enseñanza concertada, que esgrimen PP y Ciudadanos para no apoyarlo, con los problemas de las familias para pagar el alquiler, la luz ó el gas? ¿Qué pinta el mantra de la recentralización de la sanidad en que se escudan los nacionalistas, con la medicalización de las residencias de ancianos? Este es el nivel de la política en nuestro país: cuanta más amplitud de miras se precisa, todos al agujero para ver quien pincha primero.

El acuerdo del Consejo Europeo sobre el programa de recuperación es una de las decisiones más importantes de la UE después de la puesta en marcha del euro y la formación del espacio Schengen. Además de las cantidades y el efecto que las ayudas van a tener en el Sur (Italia y España van a absorber casi el 50% de lo acordado), hay otros elementos a considerar, especialmente la rapidez en la respuesta: cuatro meses frente a los más de dos años en la crisis económica anterior. La Unión Europea vuelve a la senda de la solidaridad, que forma parte de su ADN, superando los rechazos a la mutualización de la deuda. Se recupera un protagonismo geoestratégico cuestionado antes y después de empezar la pandemia. Se da una respuesta más racional y operativa que la de otras potencias como EEUU. Se recupera el eje Berlín-París como motor, apoyado por los países del sur. Si bien los países llamados frugales han hecho mucho ruido, al final se han plegado a un modelo de recuperación keynesiano, del que huían como de la peste. Su fracaso de querer suceder a Gran Bretaña en el obstruccionismo continuo ha sido claro y por fin los europeístas nos podemos sentir orgullosos de la respuesta de nuestras instituciones europeas.

Tras haber caminado en dirección contraria cortejando a los países frugales, alabando sus pretensiones de rigor y control de las reformas a hacer, ahora viene García Egea, secretario general del PP, a decir que «el pacto de la UE es cosa de tres mujeres (Van der Leyen, Merkel y Lagarde) miembros del Partido Popular europeo, luego ha sido su partido el que ha logrado el acuerdo». ¡No han entendido nada!. En Europa han conseguido pactar, conservadores, ultraconservadores, liberales y socialdemócratas. Y ha sido un acuerdo histórico, una victoria de país que servirá para afrontar mejor la crisis con este y con cualquier gobierno.

Que al aznarismo le viene grande Europa no es de estas semanas. En 1993 mientras Felipe González negociaba los fondos de cohesión en Edimburgo, Aznar se explayaba en la prensa acusándolo de «gastar en España como un rico e ir a Edimburgo como un pedigüeño». No hace tanto tiempo, en el 2018 fue Casado quien se paseó por Bruselas advirtiendo que los presupuestos que por entonces planteaba Sánchez escondían «un golpe de Estado institucional» y que posibilitaban incumplir el objetivo de déficit, por pedir mayor flexibilidad para recuperar algunas de las prestaciones sociales anuladas por los excesos de Rajoy y Montoro en los ajustes del 2012.

Los patriotas de hojalata hablan mucho de España, pero nunca de los problemas de los españoles.