Desde el caduco hospital Obispo Polanco, inaugurado hace más de 50 años, que solo la escasa dotación sanitaria hace grande por su profesionalidad, se sucedían familias enteras, jóvenes, mayores y niños recorriendo la ciudad, con un cartel cada uno reclamando un hospital nuevo con los servicios necesarios para la provincia y una Sanidad pública suficiente en personal y medios. Ni más ni menos. Como un rosario, para vergüenza ajena con nombres y apellidos, llegaba hasta donde debería estar ya construido el nuevo centro hospitalario. Eso en Teruel ciudad, otro tanto en Alcañiz y en los ambulatorios y plazas de cientos de municipios: la sanidad pública, en el corazón del pueblo.

Hemos vuelto de Teruel al lugar de nuestra emigración, después de engancharnos en el lugar que fuera de la cadena de ciudadanos que, desde hace décadas (varias legislaturas de distinto signo en el gobierno autonómico), viene reclamando lo mismo.

Señores y señoras: como siempre, incluso en este tiempo funesto, tan teñido de dolor para muchos y ciega e insensible soberbia para muchos menos, el paisanaje ciudadano en las localidades pequeñas de esta provincia y de toda la España rural y vaciada, ha sido otra vez ejemplo -«¡Qué buenos vasallos…!», dice el Cantar de mio Cid-- de quienes no quieren verlo y prefieren disfrazar con torpes y manidas excusas su clamor.

Hemos recogido los carteles porque, como siempre, tendremos que sacarlos más veces para reclamar, una vez más, la sanidad pública con el derecho humano de vivir, sufrir y salvar con dignidad, igualdad e intimidad en una habitación, eso que ciertas personas llaman «un lujo». Y a mí, me viene a la memoria aquella jota que cantaba José Oto: «La vergüenza ahora se vende/ a tres mil millones la onza/ por eso, como es tan cara/algun@s tienen tan poca».