Siempre, desde que lo descubrí en el estreno de Blade Runner, me he sentido identificado con Roy Batty, replicante que se pregunta el porqué todos los momentos que hemos vivido en esta existencia prestada y sin respuestas se perderán como lágrimas en la lluvia. Y, como él, esclavo de los miedos, me siento en la azotea del rascacielos de los silencios soñando que soy humano, que me gustaría compartir con ustedes cosas que vi y que aún veo y que nunca hubieran podido imaginar. La hermosa y elegante Underwood, el perfume a tinta y papel, el traqueteo de la sala de teletipos, el relámpago de la rotativa en marcha... Aquel universo artesanal que imprimió mis primeros pasos por esta profesión que hoy, digitalizada, va despidiendo mi huella por mucho que luche por formar parte de la tripulación de la nave. Antes de posarme en las sombras del hombro de Orión, me siento en el deber y la obligación de que una de mis ultimas misiones consista en agradecer a El Periódico de Aragón los 30 años que me ha regalado no solo como hogar laboral, sino sobre todo como espacio sin fronteras de expresión.

De este apasionante viaje de tres décadas destaco sin dudarlo a las personas que día a día, sin horas ni calendario, han entregado y entregan su tiempo por un nuevo amanecer junto a sus lectores. Desde la redacción hasta otros departamentos de idéntica relevancia. Si por algo se caracteriza este diario desde su nacimiento es por haberse alimentado de trabajadores de pico, pala y corazón. Aquí, el periodismo se hace, pero ante todo se respira. No ha sido un cuento de hadas aunque lo parezca. También es cierto que para formar parte de este equipo, hay que creer en los unicornios. El Periódico conserva así su espíritu primigenio de realidad y fantasía, de sacrificios guiados por el esfuerzo, el compromiso personal y la ilusión de construir un producto fiel a la verdad y a los latidos rebeldes de la inspiración. Me vienen tantos nombres a la memoria, entrañables y geniales, rudos poetas y maestros de la sencillez, todos soldados de la información con una flor y una víbora en la bayoneta. El resumen se ciñe, inevitablemente, a una emocionante trayectoria. A una carretera de curvas sorteadas con el estremecimiento de atacar y superar la próxima. Como el niño que va descubriendo un paquete tras otro bajo el árbol de Navidad.

Por lo que me toca, en este aniversario celebro por encima de cualquier aspecto algo que por norma pongo bajo sospecha en todos los ámbitos y que, sin embargo, el Periódico de Aragón se encargó de rebatir desde la parrilla de salida hasta hoy mismo: me entregó la libertad sin condiciones. 30 años en los que las diferentes direcciones, compartiendo o no el enfoque, han respetado los textos íntegros y los han defendido como suyos frente a no pocas y exigentes presiones externas. Me siento orgulloso y también un privilegiado por haber volado con las alas brindadas y blindadas de esos valientes que se baten en la primera línea de la supervivencia de un medio de comunicación. Si algo no se perderá jamás como una lágrima en la lluvia, será mi eterna gratitud a el Periódico y a quienes, desde el 23 de octubre de 1990, me enseñaron a dar de comer de la mano a los unicornios.