Hace cuatro años, cuando Trump ganó las elecciones por un puñado de votos, algunos analistas auguraban que la agresividad del aspirante se suavizaría cuando alcanzara la condición de presidente. Cuatro años después, Trump ha perdido las elecciones por un puñado de votos algo mayor que el que le sirvió para ganarlas cuatro años antes. El balance de su mandato arroja la nada desdeñable sombra de 20.000 mentiras comprobadas, además de los numerosísimos desplantes, barbaridades y escándalos, despachados la mayoría de ellos a golpe de tuit. La agresividad de Trump no solo no se

ha suavizado con el tiempo sino que se ha convertido en una mezcla mal digerida de nefasta gobernanza y furia, que ha terminado por dividir al país de un modo que no se recordaba. Y lo peor de todo es que el trumpismo no desaparecerá con Trump.

Unión Europea. Vísperas del año 21 del siglo XXI. El viejo continente, la reserva democrática del mundo, es pasto de una pandemia que parece haber respetado más a países de latitudes habitualmente menos favorecidas. Mientras esto ocurre, la UE tiene dos afanes fundamentales: el primero es responder a la monumental crisis socioeconómica con unos fondos comunitarios de magnitud excepcional.

El segundo es apuntalar y garantizar los estándares del Estado de derecho en todos los países del club. Hace solo algunos años, nadie hubiera creído que el segundo de esos afanes sería contestado por algunos estados miembros, hasta el punto de poner en riesgo el primero: Hungría y Polonia se obstinan en no someterse al escrutinio del Estado de derecho (fundamento de la democracia y de la construcción europea) y bloquean, como medida de presión, el paquete de ayudas económicas para hacer frente a la crisis económica provocada por el covid-19.

Parece como si, desde dentro y en las dos orillas del Atlántico norte, se estuviera planeando un estudiado de la democracia como sistema de gobierno que garantiza las libertades y el bienestar. El cóctel que se prepara puede ser más mortífero que el virus: pobreza generalizada, precariedad laboral extrema, limitación de las libertades, relativización de la división de poderes, cuestionamiento del método científico, negacionismo, terraplanismos varios, sectarismo, nacionalismo excluyente, fundamentalismo, manipulación, populismo, mentira descarada, posverdad, migraciones masivas, pensamientos únicos polarizados…

Como telones de fondo hay otras realidades, otros conflictos en otras regiones del planeta. Se dirá que siempre los ha habido, y que incluso han sido más graves que los actuales. Es cierto, pero sus reediciones, aunque tal vez más sutiles, contienen cargas de profundidad cada vez más letales y duraderas: por citar solo algunas muestras: el intervencionismo digital ruso, la audacia turca o la osadía brasileña son aventuras tras las cuales hay líderes políticos que buscan forjarse un destino histórico, no basado precisamente en el renacimiento del alma rusa ni en la Alianza de Civilizaciones ni en la defensa de la Amazonía.

No quisiera parecer apocalíptico en vísperas de un año que no puede ser peor que el presente, pero en nuestra querida España los equilibrios se están volviendo malabares, cuando el Gobierno apuesta por pactar los Presupuestos Generales del Estado con fuerzas políticas que manifiestan una firme voluntad de haber llegado a las instituciones para acabar con el régimen.

Sánchez podría optar por otros aliados, pero no lo hará, dándole así la razón, sin que la tenga, al ínclito Rivera , que se obstina en ocultar su bochornosa muerte de éxito y su nefasto suicidio político, bajo una supuesta negativa de Sánchez a pactar con él cuando ambos tuvieron en sus manos acompasarse con lo que deseaba la mayoría de los españoles: moderación, unidad, sentido común, visión de estado, sensatez y estabilidad política. Para sobresaltarnos ya tenemos los virus y las hecatombes económicas.

Siempre nos queda el consuelo de pensar que cuando todo parece bañado de oscuridad, llega alguien dispuesto a resistir y a resistirse, como quienes han apoyado con su firma a la editorial Pre-Textos, ante la deslealtad de Louise Glück, la última Nobel de Literatura, que tras ganar el premio ha dado la espalda a la editorial que apostó por darla a conocer en español durante 14 años, años en los que Glück era una magnífica poeta perfectamente desconocida, con la que no se ganaba dinero.

En lo que llamamos sociedad civil hay una enorme cantidad de ejemplos similares a este, ejemplos de gente que, sin apenas reconocimiento público y sin retribución alguna persigue nobles objetivos y trabaja desinteresadamente para que las alargadas sombras que nos amenazan se disuelvan en el ácido de la verdadera historia.