Llevamos un año escuchando a la clase política y a diferentes sectores económicos, sociales y culturales de nuestro país el número de ceros que hay que poner a todo aquello que se ha perdido como consecuencia del covid-19: horas de trabajo, empleos, empresas cerradas y oportunidades de negocio. Sigue el debate para unos (oposición y allegados) de que se ha hecho muy mal y para otros (Gobierno y partidarios) que en una situación tan grave, se está respondiendo por encima de lo posible.

Estrenábamos nueva clase política dispuesta a imprimir otro tipo de gestión pública que barriera pasados y recientes episodios de corrupción, cuando se cruzó en su camino la pandemia. Un ocasión única y especial (se produce cada siglo) de enseñar a la ciudadanía que sus fórmulas iban a servir para demostrar sus capacidades y que desde las más altas instancias del poder (ejecutivo, legislativo y judicial) se daría la batalla al enemigo invisible. Lo primero y primordial era resolver el cruel ataque del virus, pero algunos no han dudado en poner por delante sus intereses personales, de partido o de estructura del Estado. La realidad ha servido para comprobar que nuestra clase política ha perdido la oportunidad de armarse como un grupo compacto, eficaz y eficiente ante la adversidad, no han sabido ganarse la confianza de unos ciudadanos que han asistido entre asustados, confundidos y perplejos ante la respuesta que han ido dando por un lado a la pandemia y por otro a la economía.

Mientras tanto hemos ido viendo cómo en los recuentos diarios los ceros también han ido creciendo en el número de afectados por la pandemia: asintomáticos, contagiados, ingresados en planta, en uci y fallecidos. Han sido dos variables que han ido evolucionando en paralelo y que ha sido muy difícil equilibrar o al menos reconocer, por unos y por otros, que conseguir una economía activa con un ratio muy baja de afectados es poco menos que imposible.

Difícil de cuantificar

Cumplido un año del primer decreto de alarma resulta muy difícil cuantificar todo lo que hemos perdido. La economía más tarde o más temprano cumplirá su ciclo, pero hay muchas cosas que no volverán. Se está hablando de la gran apuesta económica de la UE para que nadie se quede atrás, pero no hay dinero suficiente para compensar la angustia de las familias en su tensa espera desde la distancia a sus seres queridos hospitalizados. Cómo valorar la ilusión perdida de esos niños que crecerán sin alguno de sus progenitores o sus abuelos. Dónde ponemos la impaciencia de esos jóvenes que están viendo lastrada su formación y esos tiempos de adolescencia y juventud tan importantes en la evolución y madurez de sus vidas. Porqué no decirlo, cuántas parejas han visto truncados sus proyectos y expectativas vitales por las restricciones marcadas en la lucha contra el covid. Cómo se puede valorar el miedo que han sufrido muchos mayores en la soledad de sus residencias, alejados de sus seres queridos y viendo morir a sus compañeros.

Por nuestro carácter latino, necesitamos el contacto personal con los nuestros, valoramos la calle como puente de encuentro y convivencia donde iguales y desiguales disfrutamos del tiempo de ocio que permiten los trabajos, somos muy dados al saludo efusivo en nuestros reencuentros, abrazos y besos compensan la distancia vivida y sirven a veces como ese consuelo necesario ante desdichas o adversidades. Y a lo largo de nuestras vidas nos reunimos con los nuestros como expresión de alegría celebrando juntos cualquier acontecimiento. Muchas situaciones de estas las hemos perdido, pero debemos comprometernos para que cuando todo esto pase recuperemos nuestra normalidad, será el mayor homenaje a los que se han ido.

Y a nuestra clase política, llegado el momento, serán los ciudadanos los que valoraran libremente el papel que cada uno ha jugado en esta trágica historia. Deberá ser el pueblo una vez más, quien ponga a cada cual en su sitio, porque ante el espectáculo que están dando se podría afirmar que son los peores de nuestra historia democrática.