Trabajar en una entidad bancaria ha perdido por completo ese halo de seguridad y garantía de futuro que ha acompañado a este sector a lo largo de su historia. Pocas actividades laborales han estado siempre tan cerca del concepto funcionario como ocurre en este caso. Pero aquello acabó. Que se lo pregunten a las 100.000 personas que han perdido su empleo en España en banca desde el 2008, cuando estalló la crisis del ladrillo.

En valores absolutos no son cifras menores precisamente, pero si además se detalla que se trata del 35% del total, la magnitud del problema ya alcanza un proporción más que considerable. Las consecuencias de aquella infausta época de hace más de una década, que tuvo precisamente un banco, Lehman Brothers, como símbolo del desastre, se han sumado ahora las graves repercusiones económicas de la pandemia del coronavirus. Muchos años después ya no hay fotos que den la vuelta a la mundo, pero continúa el goteo de gente que de la noche a la mañana se ve en la calle con una caja de cartón en las manos llena de objetos personales.

Las últimas (malas) noticias, de hace solo unos días, apuntan a una nueva oleada de salidas empezando por dos de los bancos más prestigiosos y sólidos del país: Caixabank y BBVA. La suma de expedientes de ambas entidades podría alcanzar la cifra de 12.000 personas. A ello se suman los 3.572 despidos del Santander o las 1.800 prejubilaciones del Sabadell.

El proceso de reconversión bancaria que azota a todo el país salpica lógicamente también a la comunidad aragonesa, donde se calcula que 3.500 personas han perdido su puesto de trabajo en banca en los últimos 12 años y donde es seguro un nuevo e inminente ramillete de despidos o salidas pactadas en las distintas entidades que operan en el territorio. Es paradigmático el caso de Ibercaja, donde existe un ere acordado para 750 trabajadores.

Los factores que han provocado esta situación son muchas y probablemente están lo suficientemente analizadas. Más allá de la crisis del covid y de los tipos de interés negativos, sobresale el imparable proceso de digitalización, que adelgaza las plantillas frente al protagonismo de las máquinas, fenómeno que ha revolucionado la relación con el cliente.

Los márgenes de los beneficios de las entidades se han reducido de forma espectacular en comparación con las etapas de bonanza, pero mal que bien la mayor parte de los grandes bancos españoles han salido a flote (fusiones y absorciones incluidas). Eso sí, por el camino ha quedado un reguero de empleos, la mejor prueba de que las entidades van por un lado y sus trabajadores por otro.