«Ya estamos a 30 del abril cumplido, alégrate maya que mayo ha venido». Así comienza una de las coplas que, desde tiempos ancestrales, cantan los mozos en ronda a las muchachas casaderas, en la noche del 30 de abril al 1 de mayo en los pueblos de la Sierra de Albarracín.

Según la costumbre, el cortejo y las rondas continuaban durante todas las noches del mes de mayo, obsequiando con ingeniosos versos cantados los jóvenes en edad de casar (los mayos) a las chicas que también buscaban marido (las mayas) las cuales al escuchar las guitarras, los laúdes y las bandurrias, se asomaban disimuladamente a la ventana enramada o al balcón, prestando gran atención a las letras de las partituras.

Los orígenes de los mayos se retrotraen a miles de años y ya fueron interpretados por el rey Salomón, algunos de cuyos salmos guardan clara semejanza con las coplas que los mozos de la sierra turolense cantan. Señal de erudición y de que la Iglesia no solo toleró la hermosa costumbre, sino que la alentó y encauzó por el sendero de la cristiana corrección.

Porque enraizados en un mundo pagano, en los albores del sedentarismo, los mayos son la expresión de un ritual humano antiquísimo para asegurar la reproducción de cada uno de los núcleos humanos que, cohesionados en tribus, clanes y poblados constituyeron las primeras sociedades con capacidad para desarrollar trabajos especializados en equipo. Un hecho transcendental de la evolución humana que se produjo hace más de 15.000 años en el seno de las primeras sociedades pastoriles y agrícolas de la civilización.

De hecho, los mayos –como lo fueron antaño para Israel, el pueblo de reyes pastores– son hogaño propios de las regiones que destacan en la cría del ganado, como sucede en Andalucía, Galicia, Asturias y Santander y –cómo no– en la Sierra de Albarracín, que tiene en Guadalaviar uno de los últimos reductos de la trashumancia lanar de España.

Las hermosas pinturas rupestres que se hallan en las proximidades de Albarracín, hace miles de años pintadas sobre lienzos de almagras rocas y cuevas a la sombra del rodeno, muestran rebaños de vacas domesticadas, además de cazadores y ciervos. Maravilloso conjunto pictórico que constituye la prueba evidente de que la tradición de los mayos emana de aquellos posprehistóricos tiempos en que las relaciones entre grupos humanos diversos se empezaron a intensificar, favorecidas por el establecimiento de nuevas rutas, las cuales, a su vez, hicieron posible el desarrollo comercial y la trashumancia de los ganados.

Símbolo fálico

En cuanto a las tradiciones de los mayos, la noche del 30 de abril era el día en que los mozos plantaban un gran árbol en la plaza del pueblo (el pino más alto que los mozos encontraban en la redolada, como símbolo fálico) y se sorteaban o se subastaban las mozas. Porque aquellas sociedades agrícolas y ganaderas eran conscientes de que la base de su supervivencia se basaba en que estuvieran constituidas por un número suficiente de personas para realizar las labores agrícolas y ganaderas, y asegurar la continuidad del linaje familiar. De hecho, la quiebra de este tipo de estructura económica y el trasvase masivo de población rural hacia las grandes urbes que se produjo en España a partir de la década de los 60, provocó la despoblación de miles de pueblos y dejó diezmados a muchos de los que lograron sobrevivir.

Por lo demás, cabe destacar que el mes de mayo recibe su nombre de Maya, la diosa madre de los panteones hindú, griego y romano, representando también a la primavera. Razón por la cual es mayo el mes de las flores, y por la que en su primer domingo celebramos el día de la madre.

Pero, volviendo a los mayos serranos, uno de los primeros eruditos que supo apreciar la valía de tan hermosa tradición fue el escritor y político carlista conquense Manuel Polo y Peyrolón (1846-1918) quien los inmortalizó en su romántica novela de amor y pasión: 'Los mayos de la Sierra de Albarracín'.

Pero el amor, caprichoso y arbitrario cuando además lo era mediante el sorteo de mozas y mozos, podía deparar tanto la felicidad como el quebranto. De manera que si a la joven le gustaba el mayo que en sorteo le había tocado, todo iba como agua de mayo, pero si no, muchas del disgusto se desmayaban, aunque los mayores lo reprobaran, pues los mayos –ya sea con capa o sayo y hasta el 40 de mayo– fueron y son una distinguida y ancestral tradición que desde tiempos remotos y sin desmayo, se cantan y festejan en la Sierra de Albarracín.