Desde mi punto de vista, el catastrófico resultado obtenido por Ciudadanos en las recientes elecciones a la Comunidad de Madrid es el certificado definitivo de su defunción. Eso no quiere decir que vaya a desaparecer mañana mismo, ni que la actual jefa de dicho partido presente su dimisión, tal y como hizo su antiguo jefe y fundador de esa formación política Yo creo que su definitiva desaparición se producirá unos meses más tarde como consecuencia de la ruina económica que ya les supuso la brutal pérdida de diputados en el parlamento nacional, aumentada ahora hasta límites insospechados con la pérdida de ingresos que les va a causar no haber tenido representación en el parlamento regional madrileño. Aunque reconozco abiertamente que este triste final se lo han ganado a pulso, también tengo que reconocer que la desaparición de Ciudadanos es una gran pérdida para la calidad democrática de nuestro país.

Cuando este partido adquirió carta de naturaleza, hace quince años en Cataluña, su objetivo fundamental era luchar contra el proceso independentista que estaba surgiendo en esa región española. Por eso, su ámbito era estrictamente catalán. Poco a poco, liderado por Arrimadas, llegó a ser el grupo político más votado en Cataluña, a pesar de que Rivera había abandonado a sus conciudadanos, marchándose a Madrid para ocupar el cargo de líder nacional. Sorprendentemente, la nueva jefa de la formación en Cataluña y ganadora de las elecciones no solo no luchó con todas sus fuerzas para ser investida presidenta de la Generalitat, sino que imitó a su jefe y también se marchó a Madrid, olvidándose de los millones de votantes que habían dado la cara por ella. A la vista de esas dos vergonzosas espantadas, ocurrió lo que dictaba la lógica: que en las siguientes elecciones catalanas se convirtieron en un partido político residual. Ese colosal batacazo trataron de ocultarlo apoyándose en los excelentes resultados que obtuvieron en las elecciones al Parlamento nacional. Por desgracia, su amado líder no supo digerir ese excelente resultado y comenzó a dar una serie de bandazos que lo han llevado a la situación actual. Primero firmó un pacto fallido con Sánchez. Después trató de arrebatar a Casado el título honorífico de jefe de la oposición, pensando que de la noche a la mañana los votantes del PP se pasarían en tromba a las filas de su partido. Como es bien sabido, no solo no ocurrió ese corrimiento, sino que en las siguientes elecciones generales Ciudadanos casi estuvo a punto de no obtener grupo parlamentario propio. Este nuevo fracaso electoral se saldó con la dimisión de Rivera y con la toma del poder por Arrimadas, en lugar de haber aprovechado esa penosa situación para replantearse su posicionamiento teórico y su estrategia electoral. El penúltimo batacazo les llegó en Murcia, después de haber pactado Arrimadas con Sánchez una moción de censura contra el Gobierno de esa región, integrado por el PP y Ciudadanos. El último y definitivo fracaso es el que han cosechado el día 4 de mayo en Madrid.

Mi propósito al relatar los hitos que han causado la ruina total de Ciudadanos no ha sido hacer un resumen de la historia de esta formación política ni tampoco escribir su esquela mortuoria. Solo he intentado mostrar que su defunción se la han ganado a pulso su fundador y la actual jefa nacional. Sin embargo, cuando se reflexiona sobre el fracaso que han tenido en nuestro país todos los intentos de afianzar en el concierto político español a un partido de centro liberal, no hay más remedio que reconocer que las raíces de la desafección del pueblo español a ese intento no son totalmente imputables a las personas que han liderado dicho proyecto. El primer batacazo después del inicio de la transición de la dictadura a la democracia, lo sufrió Adolfo Suárez cuando creó el Centro Democrático y Social. El segundo lo sufrió en sus propias carnes el señor Roca, ilustre convergente catalán y ponente constitucional. El tercero lo recibió el señor Garrigues Walker, prestigioso abogado y miembro de una saga familiar de centro liberal. El cuarto fracaso fue el sufrido por Rosa Díez con la creación de UPyD. Entiendo que hay suficientes datos para dudar de la competencia política del fundador de Ciudadanos y de su actual jefa, pero no creo que sea lícito dudar de la capacidad y formación de los líderes que lo intentaron antes.

La explicación de esos sucesivos fracasos es muy compleja y, por tanto, imposible de ser abordada en unas pocas líneas. Por ello, me limitaré a presentar un par de ejemplos que, a mi modo de ver, muestran que la no existencia a nivel nacional de un partido de centro liberal con dos alas (una más escorada hacia la derecha democrática y otra más cercana a la socialdemocracia) redunda en una gran pérdida de la calidad democrática española. Los resultados electorales han demostrado que las mayorías absolutas que solían alcanzar el PP y el PSOE se acabaron hace muchos años. En las primeras elecciones generales en que no hubo esas mayorías, ambos partidos se apoyaron en dos formaciones nacionalistas que entonces se conformaban con obtener del gobierno central la mayor cantidad posible de prerrogativas para sus dos regiones (País Vasco y Cataluña) y, aunque eso repercutía en perjuicio de las otras regiones, el devenir político nacional seguía un curso más o menos constitucional. Sin embargo, ese equilibrio se terminó cuando el PNV y CDC se convirtieron en independentistas declarados y confesos, acosados por ERC y Batasuna. A partir de ese momento, al no existir un partido de centro liberal bien armado desde el punto de vista teórico y regido por líderes con cabezas perfectamente amuebladas, todas las alternativas de coalición puestas en práctica solo han contribuido a resucitar un enfrentamiento entre españoles, semejante al que se produjo durante los años previos al comienzo de la guerra civil. Que ello es así lo demuestra el hecho de que el PSOE haya tenido que acabar pactando con dos partidos independentistas, con los herederos de ETA y con Podemos. Es decir, con unas formaciones políticas que intentan cargarse la unidad de España y la Constitución de 1978.