Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual era el cántico coreado en la Puerta del Sol la madrugada del sábado por centenares de personas, no solo jóvenes. Una mezcla de evocación de la liberación de París tras la entrada de los aliados y de nocheviejas no celebradas mientras sonaban las campanadas. Ese nos da igual que les unía en una camaradería instantánea no alcanzaba probablemente a las consecuencias mortales que la cadena de contagio nos ha ido enseñando en el último año. Y eso es casi lo peor, la banalización de tu conducta irresponsable y el olvido de que ningún problema es solo de los demás. La huida hacia delante pensando que así te despegas de las malas noticias, de la enfermedad, del paro que a ti no te van a alcanzar en esa especie de sortilegio colectivo que ahuyenta el mal.

Ese comportamiento tribal que llevamos exportando de las celebraciones deportivas al resto de los ámbitos, y que lleva a animar a los guardias civiles que salían de Andalucía para mantener la seguridad en Cataluña con un ·a por ellos, oé», a recibirlos en los cuarteles de destino entre aplausos como respuesta a los manifestantes que en Barcelona acosaban a los funcionarios públicos, quemaban contenedores, ocupaban aeropuertos.

Responder al conflicto con las vísceras es un comportamiento cada vez más extendido justo cuando la situación requiere de lo contrario. Es verdad que los poderes públicos no tienen un comportamiento ejemplarizante que ayude a reconducir el ambiente colectivo hacia otra dirección, pero no son los únicos responsables. Aunque si, sobre todo algunos, en lugar de intentar sacar provecho de la situación y seguir calentando el ánimo de insurrección de fin de semana dejarán de pensar en términos de victoria y lo hicieran en ámbitos de colaboración la respuesta colectiva sería otra.

Pero no esperemos actitudes individuales santificadas desde alguno de los dirigentes como si solo desde arriba se pudiera reconducir la situación. Fue la sociedad vasca la que dijo ¡Basta ya! a un clima de tolerancia con el terrorismo insoportable, fue desde abajo donde se empezaron a mover las fichas de un tablero que parecía colapsado. Aplaudir a las ocho de la tarde durante semanas en un ritual que nos costaba poco esfuerzo a ocupar las calles sin medidas de seguridad, mientras hay personas que siguen agonizando, en contra de un enemigo no visible al que cada cual le pone su cabeza de turco. Esa transición colectiva, que ni siquiera mantiene la lealtad que se tiene a los equipos de fútbol, está olvidando que solo la ayuda mutua nos sacará de aquí.