Definir el dolor es algo así como mi prima Eloísa, a la que encerraron de por vida para ahuyentar a la mala suerte que decían que traía consigo, cuando su única mala suerte era haber hecho todo lo que los otros querían que hiciera. En un principio ella creía que había tomado todas las decisiones importantes de su vida, no fue así, y a mí me admiraba la forma que tenía de encender un cigarro tras otro y alrededor de una taza de café conversar conmigo como si yo tuviera veinte años, cuando ni siquiera llegaba a los once. Me hablaba de las noches mágicas y de los hombres y de cómo aquel día, con 15 años, su amiga llegó y le dijo: «No, no iremos a ver el Expreso de Medianoche. Busca alcohol, seguro que tus padres lo tienen guardado en un armario. Hoy será el día de nuestra primera borrachera». Se ponía triste cuando recordaba ese día y me decía que aquella tarde por primera vez vio las luces de la ciudad en un orden contrario y con reflejos que eran el efecto dilatado de sus pupilas.

Yo nunca le decía nada, solo escuchaba, pero me hubiera gustado decirle que ninguna de las decisiones importantes que me decía que había tomado las había elegido ella y por eso le tenía lástima, porque ella vivía la vida que los demás querían que viviese y yo con mis once años por cumplir entendía que su vida había sido y era un absoluto fraude.

Su papá era militar y le dijo que tenía que ser esposa de un militar y ella se casó de blanco y sin amor, vacía de sexo y ternura; su mamá le dijo que tenía que darle un nieto y ella se quedó embarazada de un niño que era un monstruo sin ápice de inteligencia ni bondad. Pero Eloísa era feliz, porque pensaba que ella era la que había tomado las decisiones importantes que habían marcado su vida y por eso, aunque su marido resultara odioso y su niño un pedante muchacho sin gracia, Eloísa era feliz. Un día mi prima se acercó hasta la tapia que separaba su vida del resto de las vidas y vio que al otro lado había aire y risas y colores y aviones y hasta ángeles, así que saltó la tapia y tomó la decisión más importante de toda su vida: no volver sobre sus pasos y dejar atrás aquella vida rancia entre unos padres sujetos al miedo y al qué dirán y un marido y un hijo reflejo ambos de la peor cotidianeidad y de la más cruel mediocridad. Cuentan que mi prima voló y fue feliz, hasta que le hicieron regresar y volver al otro lado de la tapia, que fue cuando yo la conocí, recluida, vigilada y casi medio loca.

La recuerdo a menudo, sobre todo cuando el dolor me acaricia en formas y rostros de los que no puedo huir y entonces comprendo que el dolor es como Eloísa y como Eloísa deambula entre las sombras que se instalan de por vida para recordarte que lo que hay al otro lado de la tapia no es para ti, Eloísa.