Supongo que solo los poetas y filósofos que consiguen remover los sentimientos y zarandear las ideas son los buenos. Tengo por bueno a Cioran quizás porque, como Nietzsche o Dostoievski, era capaz de pensar contra sí mismo. No es posible ser más ajeno a lo que sucede hoy. Primero, porque respecto a lo de pensar la de nuestros días se parece cada vez más a una versión degradada: un corifeo de contratados repitiendo consignas y argumentarios, y, segundo, porque nunca se dirigen ni contra sí mismos ni contra los suyos sino contra todos lo que no compartan partido o siglas. Cioran, que ahondó sobre lo que significa «la tentación de vivir» con el aislamiento y dolor que ello produce, queda en las antípodas de cuanto ahora acontece.

Si hay una tentación de la que pocos en la vida política nacional escapan estos días es la tentación panfletaria, ya saben esa fórmula breve donde lo simple, lo agresivo y lo difamante se conjuran sin aportar cosa valiosa alguna salvo que por valiosa se tenga la humillación de la inteligencia ajena. Puede que ya comience a entender por qué las artes en general atraviesan momentos difíciles; no, no se trata de la pandemia. Temo que la pandemia se esté convirtiendo en un recurso demasiado fácil, una pantalla que parece que todo lo muestra pero que, en realidad lo cubre todo. No, no es eso. Me parece más bien que a las artes clásicas les ha salido una dura competidora. Si no estoy equivocada últimamente el único arte que importa o al menos el que más importa es «el arte de ganar»: ganar lo que se desee, a cualquier precio. Y no solo ganar caiga quien caiga –que, por lo visto, también– sino ganar caiga lo que caiga: sean principios, valores, ideas… ¡qué más da! ¡A quién le importa eso ya! Tal y como marchan algunas cosas, y no solo en nuestro país o te subes al carro de «a por todas» o ya eres un fósil fuera de combate; perder el tiempo argumentando y debatiendo, ¿para qué? Además eso exige tener ideas, incluso mantenerlas y si se puede tuitear para qué más.

Honestamente creo que no se trata de un nostálgico «cualquiera tiempo pasado fue mejor» pues estoy segura de que en muchos ámbitos no es así.

Basta con echar un vistazo al elenco y eficacia de los derechos de algunos sectores sociales antes hasta hace bien poco desatendidos. De lo que se trata es de no seguir cayendo ni en la complacencia ni en la supuesta inevitabilidad. Lo que cada día pasa, lo que a cada uno de nosotros nos sucede depende en gran medida de nuestras acciones y decisiones; no es cosa del azar sino de la voluntad. En este contexto en el que ser optimista se me antoja heroico, diría que asistimos a una progresiva e imparable sustitución del diálogo por monólogos sordos y soberbios; en los que poco o nada importa lo que los otros objeten porque poco o nada importan los otros. Y si eso es así y no ando demasiado errada ¿dónde queda la política democrática?, ¿dónde la vida social? Hasta que no despojemos a los panfletos del manejable protagonismo que se les ha otorgado no veo cómo salir de esta.