Se comenta que desde las Ciencias Sociales se han dedicado muchos más esfuerzos a estudiar a los pobres que a los ricos, a los marginados que a los poderosos. Y el conocimiento es poder. Así, el conocimiento creado por los científicos sociales habría sido utilizado para perpetuar sistemas de explotación económica y dominación ideológica además de afianzar la opresión política. Una excepción es la monografía titulada «Las buenas familias de Barcelona. Historia social de poder en la era industrial», del antropólogo norteamericano Gary Wray McDonogh. (Edic.Omega). El autor estudia las familias de la élite de Barcelona, «una pequeña y relativamente cerrada comunidad que componen entre cien y doscientos linajes de tipo patriarcal (…), un grupo social que ha controlado el poder económico catalán durante casi 150 años (…) una síntesis entre el nuevo capitalismo burgués y la vieja aristocracia convirtiéndose así en los nuevos y antiguos dueños del poder». McDonough estudia el papel de la familia y los parentescos, los contactos y relaciones, la «solidaridad en el poder». Las «buenas familias» serían el resultado de una síntesis producida a lo largo de los siglos XIX y XX entre individuos de la burguesía, con su nuevo poder económico, y la clase aristocrática. Genealogías, alianzas matrimoniales, relaciones de negocios, posturas políticas… son objeto de estudio con el Liceu como lugar simbólico y expresivo de la división de clases y de la movilidad social catalana. Este notable y original trabajo antropológico ha venido a mi memoria al leer de un tirón las novelas de Javier Cercas «Terra alta» e «Independencia» que al parecer tanto han molestado a esas élites y a sus voceros pagados en los medios que controlan. Y es que a veces las novelas tienen alto valor etnográfico. Y a algunos poderosos no les gusta cómo salen en la foto.