Vemos a la izquierda una puerta blanca cerrada y a la derecha tres asientos ocupados por un joven rockero, una anciana de pueblo y un hombre de aspecto distinguido, todos ellos con rostros cansados. Suponemos que fuera de campo habrá más asientos y más gente. Es un plano fijo. De pronto la puerta se abre, sale una enfermera vestida de blanco (no llegamos a ver su cara) y dice: «¡Javier López!». Las tres personas del plano, tras un instante de expectación, recuperan sus rostros de resignación. Al poco, una persona ataviada con un traje oscuro –Javier López, aunque no veamos su cara– pasa por nuestro campo de visión y entra por la puerta junto a la enfermera. El joven se rasca una pierna. La anciana bosteza. El señor distinguido mira hacia la derecha. Se abre la puerta, sale la misma enfermera y dice: «¡Mircea Eminescu!». De nuevo las tres personas del plano, tras un instante de expectación, recuperan sus rostros de cansancio. El joven mira hacia nuestra derecha, hacia la hipotética persona que llega. Al poco, Mircea Eminescu (plano cortado, no vemos su cara) pasa por delante de las tres personas y entra por la puerta junto a la enfermera. El joven suspira. El señor distinguido mira al frente. La anciana reclina la cabeza y parece dormirse. Al rato, se abre la puerta y sale la misma enfermera. Dice: «¡Franco Battiato!». Las dos personas despiertas del plano suspiran. Al poco, Franco Battiato –muy delgado él– pasa ágilmente por delante de ellos y entra por la puerta junto a la enfermera. La cámara se mueve entonces hacia la derecha y hace un seguimiento de las personas que hay en los asientos pegados a la pared. Vemos gentes de todas las razas y nacionalidades y la cámara se va alejando poco a poco. Panorámica: vemos la fila inmensa de personas, esa fila interminable en ese pasillo blanco que se pierde en el vasto infinito.