Cada día que pasa es más difícil encontrar noticias sobre la crisis de Ceuta, aunque muchas personas hayan regresado a Marruecos mediante fórmulas que rozan la legalidad, queden todavía niños en una situación muy difícil y la extrema derecha consiga estirar unas semanas más su propaganda racista desplegada en la campaña electoral de Madrid. Pero deberíamos intentar detenernos en algunos comentarios escuchados durante estos días, porque recuerdan episodios oscuros de la historia de España, defienden una relación controvertida con nuestro pasado colonial y trasladan esa visión al campo de la política actual.  

Me refiero al africanismo como cultura política que se formó durante el reinado de Alfonso XIII. Las elites militaristas quisieron entonces salir del aislamiento internacional tras el Desastre del 98 y representar un papel, por pequeño que fuese, en la ya comenzada carrera imperialista. Los territorios del norte de África, de acuerdo con Francia y Gran Bretaña, fueron los elegidos. El reparto concedió a España posesiones en las costas frente a Canarias, en el Golfo de Guinea y en el norte de Marruecos. La conferencia de Algeciras de 1906 y la concesión del protectorado en 1912 estipuló que debía respetarse la soberanía del sultán, pero se le asignaba a España dicho territorio para su control. Había partidarios de una colonización pacífica (basada en la explotación de los recursos naturales, pero también en el comercio o en la construcción de ferrocarriles y escuelas) similar a la misión civilizadora que defendía Jules Ferry en la Asamblea francesa, pero se acabó imponiendo la opción militar, marcada por la ausencia de autoridades civiles españolas. En el norte de Marruecos se crearon o se extendieron los Regulares o la Legión, cuyos mandos corruptos desplegaron fuertes dosis de violencia en el marco de las escaramuzas con los rifeños que otorgaban generosos ascensos por méritos de guerra. Mientras las organizaciones obreras denunciaban el matadero de trabajadores en que se convertía aquella zona y apoyaban los motines de reservistas que se negaban a morir en África, solo unos pocos capitalistas se beneficiaban de la colonización, como el Marqués de Comillas o el Conde de Romanones. Los ataques de las cabilas a estos intereses dieron alas a los militares, a los que no importaba demasiado el coste en vidas del mantenimiento del protectorado porque estaba en juego el honor de la patria y del ejército.

La guerra de África produjo crisis importantes, como la Semana Trágica de 1909 o el Desastre de Annual en 1921, fundamentales para explicar el golpe de estado y la dictadura de Primo de Rivera, capitán general de Cataluña y veterano de las guerras de Cuba, Filipinas y Marruecos. Como muchos militares golpistas, (Sanjurjo, Queipo de Llano...) su trayectoria está directamente relacionada con las guerras coloniales y el africanismo. Pertenecía a una casta militar que en la guerra contra el moro forjó una mentalidad patriotera, militarista, violenta y antidemocrática. Esta cultura política y no solo militar encajó perfectamente con el fascismo del período de entreguerras, se explayó con los rojos durante la guerra civil y siguió viva incluso en ambientes europeos con movimientos contrarios a la descolonización como el de la Argelia Francesa. 

Pero esta última semana hemos comprobado que ha sido plenamente actualizada en el siglo XXI. En lugar de poner el acento en la pobreza, en la desigualdad o en la complicada situación geoestratégica de la zona, se han escuchado discursos sobre una invasión del suelo español, llamamientos al Ejército para proteger las fronteras del territorio nacional y sobre todo, referencias a la incapacidad del Gobierno para hacer frente a esta crisis, previsible pero que no se ha atendido porque interesan más otros temas como indultar al independentismo. Si completamos el catálogo con los monumentos a la Legión en la Comunidad de Madrid o con el indulto judicial a la figura histórica de Millán Astray, el panorama resulta preocupante. Exaltar los cuerpos del Ejército más implicados en el violento pasado colonial español, inventarse una amenaza exterior, acusar de incapacidad a los políticos legítimamente elegidos para gestionar dicha crisis y denunciar la rendición política frente al separatismo no es, ni mucho menos, una novedad en la historia de España. Pero estas ideas nunca han conducido a etapas más democráticas o de mayor prosperidad económica y social.