AstraZeneca o Pfizer. Esta semana saldremos de dudas en Aragón. Los habitantes de Andalucía, Murcia, Cataluña y Galicia ya se han pronunciado. Alto y claro. Han optado casi en su totalidad por la vacuna de Oxford. Más de 2 millones de personas en España, 43.000 en Aragón, pueden elegir entre las dos. Y lo están haciendo. Los trabajadores esenciales menores de 60 años que recibieron el primer pinchazo de AstraZeneca y vieron cómo se paralizaba el segundo por las dudas que generaban sus efectos secundarios, ahora se están posicionando. Y lo hacen del lado de la que hasta ahora todo eran suspicacias.

Los cuatro casos mortales de los 20 trombos detectados en los 5 millones de pinchazos con AstraZeneca en España no les asustan. Ahora. Porque hace unas semanas sobraban recelos y rechazos. La impopularidad de esta vacuna ha dejado paso a la reivindicación social. Se ha dado la vuelta a la tortilla y de qué forma. Falta que el Gobierno dijera que es segura para que la mayoría se negara a inyectársela. Cambia de opinión y recomienda otra marca y entonces vuelve la insumisión, esta vez para solicitarla. Así somos.

Parece que los motivos de los afectados que acaban de inmunizarse con la marca anglosueca radican en las recomendaciones de organismos internacionales y de la propia farmacéutica de completar la pauta con el mismo tipo de vacuna. No les gusta eso de mezclar. Hasta tal punto llega ahora el convencimiento social con la inyección de AstraZeneca que los que quieren ponérsela deben firmar un consentimiento asegurando que tienen toda la información indispensable para tomar la decisión y rechazar Pfizer.

El estudio del Instituto Carlos III encargado por el Gobierno para conocer si era posible combinar tecnologías solo ha convencido al Ministerio de Sanidad, que sí recomienda el cóctel de sueros. Hace unos días, un responsable de Sanidad reconocía abiertamente que permitir a los ciudadanos elegir vacuna no ayuda a acabar con la incertidumbre que lleva sobrevolando nuestras cabezas toda la pandemia. Dejar la decisión en manos de cada persona, aunque sea un grupo reducido, puede parecer contradictorio con el resto de recomendaciones que el Ministerio ha ido justificando hasta la fecha. Está claro que hablar de certezas sigue siendo imposible.

A ver qué pasa hoy con los primeros que tomarán partido aquí, los estudiantes socio-sanitarios. Las malas lenguas cuentan que esta en realidad es una guerra comercial para apartar a AstraZeneca del campo de juego por sus incumplimientos en las entregas a Europa. Quién sabe. Prefiero pensar que solo es un nudo más de esta cuerda enredada llamada coronavirus.