Hace no muchas décadas, «ser de pueblo» implicaba padecer un marcado estigma. Sin embargo, mientras que hoy nos esforzamos por encontrar fórmulas mágicas que permitan repoblar la España vaciada, asistimos a una clara revalorización de todo lo relacionado con la vida rural, la cual se beneficia también del estímulo proporcionado por el teletrabajo… caso de existir disponibilidad y conexión telemática. En pleno proceso de reconocimiento del inmenso patrimonio monumental y cultural aragonés, surge el problema de su rehabilitación y mantenimiento. Aunque esta contrariedad nace precisamente de la abundancia, urge siquiera evitar su ruina inminente, en algunos casos quizá inevitable, pues requeriría una inversión inalcanzable o llega demasiado tarde.

Otros muchos rincones de nuestra Comunidad han encontrado su razón de ser en la naturaleza y en sus posibilidades turísticas; tampoco faltan los que lo tienen todo, como Albarracín o Alquézar, que han conseguido dar una nueva vida a sus callejuelas tan plenas de encanto como en riesgo de decrepitud. Por fortuna, aun sin llegar al punto de estos enclaves privilegiados, no resulta extraño contemplar cómo las viejas casas de cualquier núcleo rural se rehabilitan, sea para reacoger a quienes antaño hubieron de abandonarlas o para nuevas familias. A pesar de la carencia de servicios, lo rural está de moda, tal vez por su capacidad para mostrar el lado más amable de la existencia y transformar el oprobio en bendición: justo lo que han hecho en Trasmoz, única población que puede exhibir el título de villa excomulgada, con inclusión de sus mujeres tildadas de brujería, secuela todavía vigente suscitada por las desavenencias entre el señorío de Trasmoz y Veruela. Así hoy, en una divertida fiesta anual, se elige a la Bruja que reinará durante los doce meses siguientes.