A medida que van creciendo las cifras de vacunados toma cuerpo la pulsión de la vida. Una vida que durante quince largos meses ha quedado presa, quien sabe si de los riesgos de la propia y maltratada naturaleza que nos la da o de intereses espurios de aquellos que quieren hacer del poder la esencia de la misma.

Las administraciones públicas, en sus diferentes niveles de responsabilidad, andan inmersos en una suerte de letanías intentando justificar la bondad de lo conseguido frente al martilleo constante de aquellos para los que la plaga del covid debe estar desapareciendo por generación espontánea ya que todo lo hecho se ha hecho mal.

Resulta muy complejo interpretar el alcance y las consecuencias que para una sociedad tiene vivir una pandemia. Durante todo este tiempo se ha puesto el foco, como obligación primordial, en la defensa de la vida y de reojo se ha estado muy atento a la economía como sostén social. Ahora que ya se vislumbra el final de este complejo proceso, los poderes públicos deberán estar vigilantes para que todos los sectores sociales puedan recuperar su vida con los menores traumas posibles.

Esfuerzo económico

Desde la UE se ha realizado un esfuerzo económico considerable para que los países a través de deuda, puedan aliviar la presión a la que se están viendo sometidos sus ciudadanos, empresas y trabajadores. Llegará el momento que finalizaran los ertes, algunos se convertirán en eres, muchas empresas habrán desaparecido con pérdidas de puestos de trabajo y, a pesar de que los indicadores económicos hablan de recuperación, la transmisión de esas economías a los ciudadanos tardará mucho tiempo en llegar y en algunos casos no llegará nunca. Por ello, es exigible que el eje central de la acción pública sean los ciudadanos.

Una sociedad civilizada deja de serlo si en situaciones de dificultad deja a una parte de los suyos por el camino.

Lo cierto es que en esta difícil situación, los ciudadanos empiezan a sentir que ese letargo que los maltrata está llegando a su fin y la luz de la vida va a resurgir con toda su intensidad. Ansían una vuelta a la normalidad, un volver a empezar que posiblemente ya no será lo mismo.

Y no será lo mismo porque las situaciones vividas no han afectado a todos por igual. Cada persona ha interpretado a su manera las restricciones impuestas y vivido sus consecuencias con diferente intensidad. Ahora toca volver a empezar, volver a vivir, enfrentarse a un escenario diferente al de la primavera de 2020.

Una de las asignaturas pendientes es tomar la calle como espacio social y de convivencia, pero una calle que a buen seguro no será la misma, habrá cambiado su paisaje y su paisanaje.

Ausencias

Algunos vecinos o amigos con los que se compartía tertulia alrededor de un vaso de vino o una partida de cartas en el bar de la esquina, han desaparecido. Incluso puede ser que el mismo bar, como otros comercios de la zona de convivencia, haya bajado la persiana para siempre. Habrá que acostumbrarse también a la ausencia de aquellos que todavía remolonean por que el miedo y la rutina todavía los mantiene encerrados.

Hay que empezar de nuevo a recobrar esos abrazos y besos que gustaba compartir con motivo de cualquier encuentro o celebración. En esta ocasión también serán los abrazos perdidos de consuelo con aquellos que han sufrido trágicamente los efectos de la pandemia. Muchas familias, demasiadas, han perdido a sus seres queridos y soportado el dolor en soledad. Se recuperaran celebraciones: bodas, cumpleaños, aniversarios, con las ausencias obligadas de todos aquellos que han fallecido y con los que se han compartido momentos de felicidad. Por otra parte el enorme universo que forman los jóvenes se mantiene ansioso por recuperar su ritmo de vida. Aunque las redes sociales les han servido para mantener la comunicación, es el contacto personal y directo, las vivencias en grupo, las que facilitan nuevas experiencias que les dan la vida y contribuyen a su madurez como personas.

No hace mucho tiempo en un programa de Jon Sistiaga en televisión, un empresario vasco amenazado por ETA y que llevó durante un tiempo escolta, reconoció que una vez terminado el problema, no consiguió salir de nuevo con sus amigos a tomar un vino por las tardes como antes hacía habitualmente. Era una secuela de la tensión y momentos vividos. Es posible que ahora muchos ciudadanos vivan situaciones semejantes y será responsabilidad de los poderes públicos ayudarles para que puedan volver a empezar, volver a vivir.