Hace unas semanas os hablaba del grupo de WhatsApp de Tolva y los geranios. La semana pasada volvió a agitarse el teléfono con flores marchistas. Un mensaje cabreado proponía juntarse en la plaza para mostrar unidos nuestra rabia infinita y la condena absoluta contra el asesinato de Olivia y todos los ataques machistas. Pocas respuestas hubo.

A las diez, a la hora marcada, al cruzar el codo callejero asomó una brisa de orgullo de Tolva. Allí esperando había unos veinte en rededor del ‘pedris’. Que en una gran ciudad es una minucia, pero es que aquí no somos más de sesenta en invierno. Jesús cuadró el cálculo. Un tercio. Que, si fuéramos Zaragoza, por proporción, pues unas 200.000 almas en la plaza del Pilar. Para la autonomía, el trasvase, el pregón, la ofrenda, la Recopa y poco más.

El mundo rural no es ajeno a esta lacra. Hace menos de un año Fademur presentaba un estudio sobre el estado de la violencia contra la mujer y su atención en los pueblos. Las conclusiones aterraban. El 61% de las encuestadas conocía algún caso cercano y el 80% percibía un machismo social en su entorno. La investigación certificada la ausencia de denuncias en mayores y en jóvenes. Otra estadística dolía en el alma. Muchas aguantaban relaciones de más de veinte años de maltrato.

Esta condena puede entenderse desde el aislamiento geográfico y social, el miedo al qué dirán y la mala educación en la resignación y el aguante. Estos factores son más acuciados en el ámbito rural tradicional y se unen a la falta de medios de los pocos profesionales especializados.

Quiero ser optimista y pensar que no somos la Casa de Bernarda Alba. Soy consciente de la gravedad del problema y de que su solución es la denuncia de todos al maltratador, la educación en nuestras más mínimas actitudes, el castigo social y judicial al canalla y el respaldo absoluto a la víctima.

Y pienso que quizá por ello los pueblos chiquititos, esos que actúan como comunidades donde el vecino se preocupa del vecino, son un buen sitio para liberarse del maltrato, de tener una segunda oportunidad donde encontrar cariño y sentirse arropado por una red de acogida cercana. Un lugar donde la puerta de al lado sea amiga, donde nadie se calle ante el abuso del otro, un Fuenteovejuna que mande a tomar viento al malnacido, donde puedas vivir en paz y en calma, amiga. Donde sepas que nunca más te va a pasar nada porque no estás sola. Que se acabó. Donde veinte personas tenemos la fuerza de 200.000. Porque deberíamos ser todos. Todos contra el maltrato y la violencia machista. Sin excusas.