Tenemos manifiestas referencias de las pandemias que se dieron a través de los siglos en Europa y en el resto del mundo, no solo por las referencias de los historiadores, sino porque los artistas ayudaron a visualizar, en sus obras, los hechos más importantes de su época, como aquellos por los que pasó la humanidad cuando fue diezmada por enfermedades que arrasaron países enteros. Los estragos, producidos por las gripes, pestes y demás epidemias, fueron pintados por artistas como Tiziano, Egon Schiele o Gustav Klimt, llegando a ser, ellos mismos, víctimas de aquellas plagas. Goya, en su obra El corral de los apestados (1798), describe también el dolor de un grupo de moribundos junto con personas que intentaban ayudar tapándose la nariz. La luz y la composición de su magistral quehacer ayudan a entender la desolación y el lúgubre lugar en el que aislaban a los enfermos. Aunque estas escenas las hemos vistos difuminadas en el tiempo y en la imaginaria de los artistas, nuestra actual situación pandémica ha hecho que esas imágenes cobren una apariencia de turbadora realidad.

Siendo que nuestra situación sanitaria afortunadamente no tiene que ver con la de siglos atrás, si miramos hacia otros horizontes veremos otras realidades que se asemejan a las pictóricas. El problema es que a los países subdesarrollados no les llegan las vacunas necesarias. Se ha comprobado que las farmacéuticas las venden al mejor postor, empresas inhumanas para beneficiarse de la humanidad, ¡manda huevos!, que diría el duque Fajardo. El beneficio económico ciega a los explotadores de esas multinacionales, por lo que el peligro y el alcance de este virus puede seguir multiplicándose globalmente para llegar a ser controlado por los países que gocen de una economía solvente, quedando el resto de la población a merced de las directrices que marque el capitalismo puro y duro. Por lo que es de suma importancia que nuestro país afronte la responsabilidad de invertir en I+D, es algo que reclaman los científicos y lo están pidiendo in extremis.

Desde la gran crisis económica de 2008, nuestro país pasó a niveles preocupantes en lo que se refiere a fines sociales, especialmente en la salud pública –pilar fundamental del llamado estado del bienestar–, sin embargo, inmersos en 2021, no solo seguimos con una importante crisis económica, sino que esta se ha agudizado con la más grave crisis sanitaria de los últimos tiempos. Es lamentable que científicos que están investigando la vacuna contra el covid-19 en nuestro país, o están hallando soluciones para identificar el genoma del cáncer de páncreas, no pueden seguir trabajando por falta de recursos económicos y opten por irse a otros países o tengan que financiarse recurriendo al crowdfunding, sistema que para proyectos privados puede ser un recurso, pero no es plausible que sea para soluciones públicas sanitarias. ¿Qué está ocurriendo? Que nuestro sistema sanitario se está dando la vuelta como un calcetín, y la sanidad privada va ganando terreno supliendo a la pública; en vez de invertir se recorta, en vez de crear más centros de asistencia se financia a la privada, en vez de retener a los profesionales que formamos los dejamos ir. Es triste ver cómo nuestro sistema de salud va perdiendo autonomía y solvencia.