Si se aprueba la ley del divorcio, no va a ser obligatorio divorciarse. Si se aprueba la ley por una muerte digna, no va a ser necesario morirse si uno no quiere. Si se aprueba una ley más amplia de supuestos para abortar, a nadie le van a obligar a interrumpir un embarazo. Si se aprueba la no obligatoriedad de llevar mascarillas en lugares públicos, la policía no nos va a arrancar la nuestra. Es una constante que, cada vez que se amplían ciertas libertades, aquellos que se definen como liberales salgan corriendo a decir que se oponen. Lo de la mascarilla es una anécdota, apenas un apunte de la descerebrada oposición que está haciendo la derecha. Y no me hablen de indultos, que me dan igual. Yo quiero hablar de leyes y de comportamientos obscenos. Como el de Rocío Monasterio (Vox) el otro día en la Asamblea de Madrid, pidiendo que se deroguen leyes sobre la violencia de género y los derechos del colectivo LGTBIQ. Lo de esa señora en un foro público es de bochorno, si no directamente de denuncia. Y lo de sus socios, en ese parlamento y en otros, es inmoral.

Pero mientras gastamos saliva en indultos y mascarillas, nos estamos distrayendo de lo importante. Yo sigo indignada, y no olvido. Vox exige cambiar las leyes (siempre para limitar derechos, nunca para ampliar) y Ayuso se lo va a conceder. Así que lo único que podemos hacer, además de denunciar sin pausa esos comportamientos, es trabajar en la educación. Criemos a nuestros hijos en la tolerancia y el respeto. No aguantemos ni medio chiste de mal gusto, ni media charla estúpida de bar. Defendámonos en cualquier foro, ataquemos cualquier atisbo de homofobia, de racismo o de machismo. En este caso, la tibieza no es una opción.